sábado, 29 de noviembre de 2014

LETANÍA DE UNA SOMBRA


Sé de la penumbra en vuelos y hielos pétreos
que escarban en gritos, a mis carnes, a sus huesos
y en su sed de zarpar, los vientos,
atizan su magma; en odios,
y cuando epitafios se escriben en mi nombre
danzo, conmigo y todos mis demonios,
y después de tanto más no poder,
canto en silencios sepulcrales,
en donde nudos de sierpes
son falanges llamando
a mis almas todas
y en razonamientos y teorías
de Empédocles, escrutan mi muerte.
Soy polvo del desierto,
frágil espécimen,
desteñida sonrisa,
mientras en tu exilio disparo al sol
el borde de mis abismos en vorágines y fauces
al verme exhalando mis esencias
cual desnudas mariposas
sin alas ni pigmentos.
Y, después de berrear al hartazgo;
soy el fuego que perfila en el nombre
de las sombras del mar
que como ecos en sus rocas perdidas,
vuelven sus miradas extasiadas para ser
el agua, el fuego, el aire de Anaxímedes.
y la tierra por donde escudan mis lenguas.
Escribo en mis ojos, los mares
que jamás anudan calzados
porque aquellas no la cubren, en tanto
mis clavos y maderos en pies y sus olas
son talladas rosas de verano
y a pesar que ella no sabe nada de nada, y
desiertos irrumpen tragedias,
mi patria es el río.
Apenas habito lo inhabitable,
me lanzo hiriendo silencios,
en donde soy acordeones en piel,
en las que descubro que no hay edad sin embriaguez
y sin más muertes que las mías,
mientras visto de cenizas
fagocitando esquinas
mis plumas acuáticas, se erigen.
Por manías de saberme abismos
pervivo en su tiempo
como popa de un barco
zarpando en un tren de sierpes
como escudo,
en donde mi espuma
es logia negra
y sus mantos,
fauces gritando a sus piedras…
¡Piedad…!
Ten piedad por mí...
Y aún al borde del miedo, que escupe la roca,
el amor devasta su antorcha
ésa que me erige en su grito; en ese mismo grito
en el que la noche inunda sus pasos
para hundir su daga en mi alma
al filo de mi coraza.
Dormito en mi garganta
y la rosa erosiona mi nombre hasta el morir;
la noche astilla mi rostro, para darme espejos de Ichic Ollgos.
Mi música es:
canto de cuervos y alacranes al rojo vivo,
trashumantes anquilosando sus iris;
fluyendo como germen del caos
en los odios que se escriben en mi piel
como epígrafes en su elixir.
No hay gruta cerrada
ni llaves en caminos,
el mundo escribe su epitafio
con mi nombre por vez nona.
Te debo todo lo que soy:
hiel,
musgo,
ciénaga
estío en fuegos fríos
piedra laja
acantilados;
y al final de mi voz
en donde el péndulo es sicario
aún mi sangrar no sea mar
sino roca menuda en su aorta
me oirás caer, y gritaré con el tiempo
como espuma en orillas de monzones.
Sé de la penumbra en vuelos,
de espuelas y hielos pétreos
vientres pañuelos
en donde el tallo es su voz en eclipses
mis ojos sus piedras,
mis manos sus ríos
y en tanto su eje no sea el mundo
no habré parido mil veces en sábados, la sed de mis caminos…
Tú dirás... mejor así…,
porque la rosa será en su cáliz
piedra feroz cargada a su pez,
rostro iluminado en pellejos viejos,
corazón de pumas en águilas rapaces;
y por fin , el perdón de penumbras
en pensamientos infinitesimales,
en donde el Céfiro en memorias de una fábula antigua,
sea hervidero apocalíptico
de espada blindada en siete cabezas girando.

Gloria Dávila Espinoza -Perú-
Publicado en la revista Archivo del Sur

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