Podía sentir como la sangre hervía por sus arterias, conducía con precaución, no quería llamar la atención de ningún policía de caminos. La luna llena empezaba a causar efectos, la adrenalina estaba disparada, tenía que llegar al bosque lo antes posible o sufriría la transformación en el auto.
Tomó un camino vecinal, poco utilizado, el sudor le cubría la frente, le embriagaba la sensación de poder, sus sentidos estaban maximizados. Luego del ataque sufrido en las vacaciones y la primera vez que se transformó, pensó en suicidarse; pero al probar la sangre de su primera víctima humana, había aceptado su nueva condición.
Pero esa cacería había ocurrido en otro país, ya en casa no podía dejar que el instinto fuera su guía, por eso había optado por internarse en el bosque cada vez que se acercaba el ciclo. La última vez logró matar un venado, muy satisfactorio.
Apagó el auto, se desnudó y dejó que la luz lunar le bañara. Era algo doloroso al principio, pero se había adaptado.
Corrió a cuatro patas disfrutando del ruido que producían sus garras contra el suelo, su olfato le indicó la presencia de una presa más adelante.
Aminoró la marcha y poco a poco se fue acercando al objetivo; un perro pequeño, seguramente perdido de algún campamento. Un perro no era gran cosa comparado con un venado, pero bastaría por ahora, si estaba con suerte tal vez el dueño lo estuviera buscando cerca de ahí, se abrió paso entre la maleza, quería verlo tratar de huir, sin embargo no dio señales de nerviosismo, extraño.
Fue en esos momentos cuando entendió que había caído en una trampa; una docena de lobos grises le rodeaban. Se puso en pie para intimidarlos pero cuatro de ellos le atacaron inmovilizándolo, el líder de la manada avanzó hacía él gruñendo, sus ojos brillaban con furia y desprecio, observo paralizado las fauces del animal antes que destrozaran su garganta.
Ariel Carlos Delgado(Colombia)
Publicado en la revista digital Minatura 117
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