jueves, 24 de mayo de 2018

DINERO, DINERO, DINERO


 (Fragmento del artículo de 1917 Dinero, Dinero, Dinero)

     No hay cabeza de puertorriqueño por impermeable que sea que se resista a dar por cierto, por incontrovertible el aserto de que no tenemos otro amparo en el mundo que el de la tierra. Si ésta va bien y produce, nosotros iremos bien en todos los aspectos de la vida civilizada. Si ésta va mal y no produce, nosotros caminaremos de mal en peor hasta convertirnos en una macabra colección de espectros.
     Y si esto es así, si el problema del cultivo del suelo reviste aquí tan enormes, tan extraordinarias proporciones ¿no es hora ya de que reaccionemos, no de palabra, sino de hecho, y que nos dejemos de andarnos con tiquis miquis políticos y zarandajas de orientaciones remotas en un sentido internacional, y por lo tanto, fuera de nuestros alcances, para caer de una vez, con todas nuestras fuerzas, del lado de la cuestión agrícola?
     A fuerza de preocuparnos exclusivamente de cosas baladíes de leguleyo y de zorzal político, mientras dejábamos en un completo olvido a la tierra que nos sustenta, ésta fue empobreciéndose, mientras nosotros fuimos multiplicándonos como niguas, y hemos llegado ya,... a un momento tan crítico, tan angustioso, de sobra de bocas y de falta de alimentos, que, o nos resignamos a emigrar en masa, o dejamos que continúe el mal, hasta que más que un pueblo seamos un tumor sanguinolento y nauseabundo en el inmenso cuerpo de la raza hispana.
     No hay manera de escapar al trágico dilema: o vamos emigrando, hoy unos pocos y mañana unos muchos para otro país o para el otro mundo, o hacemos el propósito firme de sacarle a la tierra, inteligentemente, todo cuanto ella puede producir.
     Pero, para esto, lo primero que necesitamos es salir ya de la gastada y ridícula noción aquí en boga, de que el agricultor puede, si quiere, cambiar cómodamente este cultivo por el otro, y en general hacer de su finca lo que más convenga al país, con sólo poner oído atento y obediente a las indicaciones que, de cuando en cuando, se digna hacerle algún experto. No, esto no es posible. El agricultor nuestro padece; ¿por qué ocultarlo?, de abulia y de ignorancia -(esto no es de extrañar; milagro es que todavía esté vivo)- y es indudable que podría haber hecho más de lo que ha hecho; pero no podemos menos que reconocer que, aunque cada uno de ellos, de nuestros agricultores, fuese el mejor de los ingenieros agrónomos, no tendría más remedio, metido en una finca de las nuestras,... que resignarse al paso lento y trabajoso de buey viejo de los que le precedieron.
     ¿Por qué? Porque una cosa es saber y otra cosa es poder. Nuestros agricultores, en su mayor parte, ni saben ni pueden, y aunque supieran, aunque cada uno de ellos fuese un Séneca, no podrían. Y tan malo, si no peor, es no poder que no saber.
     De modo, que el problema es doble: por un lado urge crear y organizar una clase agricultora consciente de sus necesidades y de sus posibilidades y apta para sacudirse de encima a los parásitos que hoy se la comen y cultivar intensamente para sacar el mayor rendimiento con el menor gasto; y por otro lado urge también llevar a las manos de esta clase la palanca de Arquímides, esto es, el dinero imprescindible para desenvolverse sin trabajo, de manera eficiente y decente.
     Olvidamos frecuentemente que no basta sembrar para cosechar. Entre siembra y cosecha están, gravitando como perenne amenaza sobre la cavilosa cabeza del infeliz agricultor la lluvia, la sequía, los insectos, las tormentas, las enfermedades, etc., etc., y encima de estos agentes naturales, el interés usurario del que le suministró dinero y provisiones para mal vivir hasta la cosecha.
     Es necesario, pues, empezar por abrir los ojos a la triste realidad de la oscura y azarosa aventura que significa el meterse en el campo a sembrar, para que empecemos por traer a Puerto Rico lo que ya no falta en ningún país civilizado,... esto es , crédito para el agricultor, dinero a largo y cómodos plazos y a un tipo mínimo de interés para los que sostienen sobre sus hombros la misión , trascendentalísima de arar el suelo y darnos de comer y de vestir y de vivir a todos.
     En un estado más avanzado, más inteligente, más humano, de evolución social, esta incisión trascendentalísima de sacarle a la tierra sus jugos para volverlos sangre de nuestras venas, no descansaría de ningún modo en las manos mercenarias de éste o del otro individuo, sino que sería función propia y exclusiva del Estado, que es la única entidad que puede garantizarle al pueblo pulcritud, equidad y eficiencia en el desempeño ininterrumpido de tan magna labor.
     Pero, mientras la constante evolución de las ideas y las prácticas sociales no nos lleven a tal grado de inteligente organización social, no nos queda otra cosa que hacer que aceitar constantemente la máquina humana individual encargada de la función agrícola con aceite suficiente para que pueda dar de sí todo lo que esperamos de ella. Este aceite es, desde luego, el dinero. Como el dinero es el símbolo gráfico que hemos inventado nosotros los hombres para representar todo lo que es objeto de intercambio en las relaciones humanas, y como todo, o casi todo, es objeto de intercambio entre los hombres, dicho se está que el dinero es la sangre, la vida, el aire, la luz, el espacio, todo cuanto sirve de alimento y de recreo y esplendor a la familia humana.

Publicado en el blog nemesiorcanales
Compartido por Osvaldo Rivera


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