martes, 17 de abril de 2018

GABO


Gabriel García Márquez dejó de existir, físicamente, un Jueves Santo, igual que Úrsula Iguarán, la matriarca de “Cien años de soledad”, pero nos dejó un gran legado en su vasta obra, la mayor parte de ella traducida a casi todos los idiomas de este nuestro mundo. El 17 de abril se cumplen cuatro años de que nuestro estimado Gabo pasó a la inmortalidad literaria.

Gabo vivió como quiso y donde quiso, pero siempre tuvo a nuestro suelo mexicano una especial deferencia, tanta que hasta decidió adoptar la nacionalidad mexicana y cuando supo que estaba cercano su final, decidió quedarse aquí. Amó la profesión de periodista como a ninguna otra, porque en ella se inició y desde ahí empezó a dar sus primeros pasos en el sendero de la narrativa.

Se adentró en los océanos para traernos el relato de un náufrago, sin importar que en la mala hora de sus inicios, caminando sobre la hojarasca rumbo a los funerales de la Mamá Grande, se encontrara con unos ojos de perro azul y que al conocer la increíble y triste historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada tuviese qué aceptar que hay mil historias qué contar.

Pero inmediatamente después, en su trayecto, cuando supo que el Coronel no tenía quién le escribiera, lanzó un suspiro, vio el río Magdalena fluir y allá a lo lejos advirtió la presencia de algunos alcaravanes suspendidos en el aire enrarecido, que serviría de preámbulo para escribir una crónica de una muerte anunciada, en la que Santiago Nassar sería el último en saber su propio final.

Por las veredas de la narrativa anduvo Gabo, preocupado por aquel otoño del patriarca, observando al general en su laberinto y asombrándose por esos romances que suelen ocurrir, que hasta puede surgir el amor en los tiempos del cólera y, cual romántico gesto, llegan a él las memorias de sus putas tristes, pero más tarde, un golpe de realidad le llevan preocupantes noticias de un secuestro en los aciagos tiempos de una Colombia asfixiada por los cárteles del narcotráfico que con el tiempo dieron paso a escenarios distintos, en los que las cosas del amor y otros demonios se hicieron presentes y que nos permiten pensar en que, sin Gabo, nos esperan no cien años de soledad, sino una eternidad recordándolo y atesorando cada uno de esos pensamientos plasmados en su obra.

Antonio Sanchez Ramirez

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