domingo, 25 de febrero de 2018

IMPOSIBLES PARAÍSOS DE ANTIMATERIA


Acá termina el recorrido, dijo la mente.
Mis ojos se cerraron, se abrieron y se cerraron, dejando escapar un río de diamantes que daba luz mientras cortaba mi cara. Con la sangre desembarcando en mi boca y goteando sobre mis pies valientes, decidí seguir adelante. Mojé mis dedos con saliva y apagué la vela. Entré al bosque flotante de mis pensamientos. Pasé sigiloso entre inventados árboles, piel de la montaña de mi solitaria alma. Entré confiado a la oscuridad pisando caracoles, pateando nubles. Entré con mis ojos girados.
No me detuve hasta que me topé con el último árbol erguido, solemne y aristocrático, en la frontera de mi cordura. Un paso más y adiós realidad. Miré hacia atrás y luego vi hacia adelante. Todo era oscuro. La poca luz que me iluminaba venía de mis ojos que no dejaban de vomitar diamantes y sangre.
Me la pasé largo rato sentado en una roca que inventé. Pensé en cómo no pensar más. Miré largo rato al árbol que dándome la espalda esperaba una decisión. Él sabía que me encontraba atrapado entre la eternidad de dos segundos, pues cuando te maldice el Tiempo, la noticia corre rápido entre los que aún no existen. La no-realidad insiste.
Es el dolor y el éxtasis de llegar al fin del mundo.
Más allá del Árbol no veo más que un precipicio. Un grito profundo que llena de nada el vacío.
Cuando me decidí, me acerqué al aristocrático árbol y lo abracé: abrí mis manos, mis brazos, me abrí el pecho y volaron furiosos mis cuervos, rompièndome las costillas y entrando raudos al torrente de sangre y diamantes que sale a borbotones de mis ojos. Como salmones nadando a contracorriente, hice de la ilusión de mi vida un Molino para batirme a duelo hasta la muerte.
Medio vivo y medio muerto, caminé sin dejar de tocar al árbol. Con mis pies bien pegados al cielo y mi vanidad volando por el suelo, pensé en palabras que ya olvidé. Susurré oraciones que recé en mi infancia y luego salté al vacío.
Y ahora caígo, escupo mis últimas palabras mientras suben los ríos y paso a paso me pierdo, me olvido.
Lo absurdo es creer que esto era un sueño, que estaba dormido. Absurdo es mi pobre vocabulario, intentando tocar estos imposibles paraísos.

Franco Barbato

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