jueves, 27 de abril de 2017

LO QUE ARDE Y FLUYE


Solo amamos en la vida
las presencias que la cruzan
como mensajeras de otro mundo.
Nicolás Gómez Dávila

Para Abril

En la palabra
el río
corre cuesta arriba
restituyendo el tiempo,
la vida,
lo arrasado.
Pero vivir es el río que regresa
y los derrumbes,
la violencia de los días
donde existe dios.

Un perro nos espera
en ese fondo imposible que penetra la palabra,
luminoso permanece
en el envés de la vida
y acá hiere su distancia
hiere su canto bajo la lluvia
su agotada carne, su lengua dócil.

No puede la poesía reconstruir huesos y dientes
y el perro nos observa desde ese fondo imposible que es la muerte;
su impulso, sin embargo, lo hace cardinal.

Ciertas cosas
habitan la potencia de lo innombrado,
ciertos abismos en la vida
tocados jamás por el lenguaje,
cosas iluminadas solo desde su interior
de ligera luz
retenidas en su estado de latencia.

A veces desde afuera algo las enciende;
la poesía que en la vida es aliento
nos devuelve a la abertura
a una imagen descuajada de los signos que se llaman;
la palabra a la distancia
que las saca del pasado
y las arranca de su reposada inexistencia.

Pero en esta habitación todo tiene nombre propio;
un perro observa los días  ya sin él,
tiene nombre,
pues es propio de la vida  nombrar
todo lo que arde y fluye.

Conocemos el pasado de esas cosas solas
que nos miran desde la imposibilidad,
somos lo elegido por su fuerza.

Transcurrimos entre ellas atentos al polvo
que cada semana les borramos,
son la vida
y para ellas nuestro nombre
es una huella dactilar
o la vuelta que les damos para que el sol no las irrite.

Incólumes persisten.

A diferencia de nosotros,
gozan ellas de un piadoso dios
que las salva de la ruina.

Camila Charry Noriega -Colombia-
Publicado en La Náusea

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