viernes, 21 de abril de 2017

LA HUMILDAD DEL HOMBRE DIGNO


Aunque tengo sano orgullo,
huyo de la prepotencia
y si aptitudes poseo,
las llevo con gran modestia
y no, como los amigos
que en mis estudios tuviera,
que al humilde y pobre daban
el papel de primavera
y por miedo, presumían
más que gatos en pelea,
yo me mostraba sincero,
conservando la llaneza,
sin herir al inocente
ni fingir lo que no fuera
pero ellos, al verme así,
se reían a conciencia
creyendo que me faltaba
dignidad e inteligencia
porque su fingido orgullo
no adornaba mi apariencia,
yo callaba y otorgaba
pensando que era de veras
la gran superioridad
que mostraban sus caretas,
enfermó grave mi mente
por la culpa y la vergüenza
pues para ningún amigo
fui yo cosa que valiera
pero mi humilde respeto
del todo un buen día cesa
pues quien me vio más indigno
y dudó de mi entereza,
quien más pueril me creyó
y se burló con más fuerza
cometió a mi parecer
una evidente bajeza
que demostró que su hombría
era una pobre comedia
porque en aquel tiempo, ya,
mi amigo, en rigor, él no era
pero salió en el concurso
que hacía Carlos Sobera,
aburrido e infantil
tal y como yo lo viera
y me telefoneó
y me habló con reticencia
fingiendo que bromeaba
con su habitual insolencia
para que viera en la tele
esa gris comparecencia
como si aún fuera amigo
y hacerme honores quisiera
aunque a su modo humillante,
tratándome como una mierda,
vi ganarse en un ratito
un dinero sinvergüenza,
con cultura general,
no, como yo, con la tierra,
sus estudios superiores
los usaba con vileza
en un programa infantil
para una vulgar audiencia
y esperaba que pensara
que era la hazaña más plena,
él que de herirme el honor,
no tenía nunca pena,
le devolví la llamada
y me hallé con una escena,
contestaba su mujer
con muy urbanas maneras
y comprendí que era todo
de boato una estrategia
y que tenían al lado
gente al que llamara atenta
con altavoz para oír
todos lo que se dijera,
cuando se puso el idiota,
no lo traté con soberbia,
sino con toda humildad
demostrando mi grandeza
aunque con un cierto frío
viendo su alma tan pequeña,
solo una vez más lo vi
pese a sus buenas promesas
porque no fue por afecto
que a mí, entonces recurriera
hasta que mucho después
vino con una novela
publicada por su esposa
para que envidia tuviera,
la dignidad que afectaba
me di cuenta que era hueca
y la de todos aquellos
de actitudes altaneras
que atormentaron mi mente,
gigantes solo por fuera.

LUIS RAFAEL GARCÍA LORENTE

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