viernes, 21 de abril de 2017

INCOMPRENSIBLES MUJERES


Estaba tan enojada, tan insoportablemente enardecida que Troya a mi lado parecía una sucesión de fuegos artificiales tibios.
Después de cuatro horas en las que supongo intuyó a varias millas mi mal humor existencial llamó por teléfono. No atendí. Escribió un mensaje en seguida, como suele hacer, para saber si estaba ahí, con la nariz pegada a la pantallita, esperado. Tampoco respondí. Por supuesto que estaba ahí. Siempre estoy ahí, esa es mi desgracia.
Me regodeé pensando que esta batalla la ganaba con mi ejército silencioso. Pero al cabo de una hora la Margarita que me tomé, abiertamente me vendió al enemigo con un mensaje irónico.
Volví a sentirme ridícula, como hacía unas horas en su coche, cuando le dije con voz dulce que tomásemos un cafecito juntos y sin darme explicaciones me devolvió a mi casa. Una puñalada en el bajo vientre. Una de esas con las que la vida se te va despacito pero constante. Yo era la mina loca, pesada, que rogaba unos minutos más de atención. Eso reflejaba el filo del cuchillo.
La historia es larga y confusa, jugosa en extremo, pero no viene al caso.
Y yo comiéndome la cabeza para saber dónde la había cagado. Ellas, siempre son ellas. Hacen todo mal estas mujeres idiotas, que se enamoran.
Después de esta pataleta, el destino ahora no borra su llamada perdida de mi teléfono, aunque lo haya apagado y vuelto a encender.
Es mi castigo, sus iniciales, debajo de un Uno rojo, marcado a fuego. A ver ahora cómo traduzco mi rabia al inglés. La madre que lo parió.

Jimena Antoniello Ligüera -Uruguay-
Publicado en suplemento de Realidades y ficciones 72

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