Soledad que abrazas con tu capa negra
llenas tu sonrisa en mis carnes.
Marcas tus señales en mi rostro
consumes mi tiempo cada amanecer
llegando el final de los días como un rastrojo
Dolores por los hijos en la lejanía
nada detiene los suspiros de la ausencia.
Un recuerdo pasea su osadía
marcando aquellos momentos
que tu vista cerca los tenías
Entre los recovecos de la mente mis ilusiones
en el camino quedaron marchitas.
Sonrisas con piel tersa compartía
se oscurecía la mirada
cuando el amanecer dejo de traerla y puso apatía
Del libro Cantos del alma de
José Romero Muñoz -Huelva-
Publicado en Acantilados de papel
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