sábado, 21 de enero de 2017

GATO ENCERRADO


Todos en la casa éramos locos con ella. Manuela, los niños y muchos de nuestros parientes más cercanos no comían cuentos con doña Tatica.

Eran exactamente las tres de la tarde; no, quizás las tres en punto no, poquito más, poquito menos. Pero, cosas de la vida; hay momentos en que uno tiene que asumir decisiones cruciales sin tomar en cuenta lazos profundos o sentimentalismos de cualquier clase: había que deshacerse de ella, y ya.

Hora en que toda la ciudad pasaba por el cotidiano bochorno. No recuerdo si era una tarde de febrero o marzo, era una tarde ciega de esas que uno va por la calle tropezándose con los tapones y las maldiciones de los conductores y los agentes de tránsito con su prepotencia y sus grasientas barrigas. Una parte de la ciudad sufre una parálisis total, crucial.

Doña Tatica se queda mirándome, al menos eso podría pensar cualquiera que no la conociera ni supiera nada sobre los últimos años de la historia política de San José del Puerto. Pero no me ve. Estoy seguro de que no me veía como tampoco podía hacerlo el viejo caudillo que, también a esa misma hora, se dejaba guiar por sus lazarillos y adulones por el mismo Mirador por el que Alberto y yo, pasarían apenas unos cinco minutos, acabábamos de dejar abandonada a su suerte a la pobre doña Tatica; ya los niños no querían seguir jugando con una gata vieja y ciega.

Del libro Solo de flauta de RENÉ RODRÍGUEZ SORIANO -República Dominicana-
Publicado en La Biblioteca

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