lunes, 23 de enero de 2017

EMBESTIR Y MATAR


Aún amodorrado por la anestesia, la luz blanquecina del fluorescente hirió mis ojos, y en un movimiento reflejo mi mano palpó los vendajes que cubrían el hombro derecho y parte de mi cara. Las voces a mi alrededor se hicieron cada vez más vívidas, y repentinamente volví al escenario donde
todo transcurrió rápidamente.
Estaba esperando el ómnibus de la línea 149 que me llevara a Tel Aviv. En la parada atestada de soldados que volvían a sus bases militares, las mochilas y bolsos hacían bulto en las espaldas, concentrados cada uno en su teléfono celular.
Miré el reloj, eran las 8 Hs. de la reluciente y fresca mañana.
De pronto una camioneta blanca enfiló a toda velocidad contra nosotros y nos atropelló brutalmente. El estruendo del choque se mezcló con los alaridos de dolor, sangre, estupor y caos, segando vidas,
dejando en los sobrevivientes huellas de miedo, dolor, rabia e impotencia. Los cuerpos de los soldados desparramados en el suelo, incluido yo que caí de espaldas, era un cuadro surrealista, que de lejos quien lo viera, pensaría que estábamos descansando, sentados o acostados sobre la calzada y la vereda, entre trozos de metal, vidrio y sangre.
Con la cabeza rapada, sus pequeños ojos llenos de odio hundidos en su barbudo rostro, el terrorista esgrimiendo un cuchillo comando, y gritando sin cesar  ¡Allah Akbar! ¡Allah Akbar!, se abalanzó sobre los cuerpos caídos apuñalándolos salvajemente.
Intenté incorporarme, moviéndome instintivamente a un costado, cuando el sangriento puñal rozó
mi mejilla y se hundió en mi hombro.
Antes de desmayarme alcancé a oír los disparos que pusieron fin a la inhumana e irracional
intención del terrorista, matándolo. Consciente de lo acontecido, así cómo no bastan palabras para
atenuar el dolor de aquellos que pierden un Ser querido, tampoco son suficientes para expresar lo
que siento al sobrevivir el atentado. Dolor por ver cómo se tronchan vidas jóvenes, sueños y destinos
frustrados por la fatalidad del terror. En nuestro país el terror es endémico, y nos hemos acostumbrados a vivir con él.
Si bien los medios se encargan de difundir el atentado con precisión y meticulosidad cuando sucede,
a veces son tantos por día o por semana, como la gripe o el resfrío estacional, que las noticias
terminan transformándose en meros datos logísticos, policiales, número de muertos y heridos,
mutilados, inválidos, que llenan los ficheros estadísticos. Los servicios municipales, religiosos,
policiales y de seguridad se esmeran y trabajan pulcramente, y al cabo de poco tiempo el lugar
donde ocurrió el atentado queda limpio de sangre, de restos de cuerpos humanos, trozos de metal,
de explosivos o material inflamable que pudieran estar involucrados en el mismo.
Se intensifican todos los esfuerzos por restablecer la normalidad, para seguir viviendo con el
dinamismo que exige la gran urbe, facilitando el tránsito de las ambulancias que con sus sirenas
ululando, contribuyen a auxiliar a los damnificados. Se crean nuevas medidas para protegernos,
refugios y lugares de seguridad anti balas, máscaras anti gases, balizas anti choque, sistema anticohetes
"cúpula de hierro", vehículos blindados, extremando los medios por asegurar nuestra existencia.
El terror no se queda atrás, siempre va innovando. La intención es matar, y cuanto más mejor. Vivo
en un país donde el significado de la palabra SHALOM (PAZ) es virtual en la realidad cotidiana.
Heridos en cuerpo y alma, debemos esforzarnos por encontrar el camino de la paz entre hermanos
y vecinos. No debemos desesperar por el Terror inhumano y devastador, que esgrimen nuestros
enemigos. Estamos convencidos de que nuestro lugar está aquí, que esta es nuestra casa, y nuestra
prioridad es preservar la Vida, que es el patrimonio más sagrado que tiene el Ser Humano.
Para ello arbitramos los medios que fortalecen nuestra seguridad, y tendemos la mano en pos de la
Paz tan soñada. El tiempo ayudará a restañar mis heridas, y deseo sinceramente para todos aquellos
que hemos sobrevivido un atentado, reforzar el espíritu, continuando en el brete de seguir viviendo
en nuestro pequeño y promisorio país, cuidarlo porque no tenemos otro, y protegerlo contra
cualquier amenaza que atente contra él.
Nos veremos la próxima semana en la parada del 149 ¡SHALOM!.

Boris Bilenca
Publicado en la revista Literarte 91

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