lunes, 23 de enero de 2017

EL CIRCUITO


Colocó en la mesa las cartas. Eran facturas que no podía pagar. Estaba sin blanca. La noche anterior gastó sus últimos euros en la cena. Ahora su cuenta bancaria estaba en rojo. En la pantalla vio que su deuda con el banco ascendía a más de mil euros. En unos días no tendría coche, ni casa, ni comida. Solo le quedarían unos cuantos libros y una vieja maleta. Guardó en la maleta los libros, algo de ropa y un ajado poncho. Ya había elegido su nueva residencia: una casa abandonada en las afueras.
Antes de abandonar la casa repasó las cartas. Solo una no era una factura. Leyó el remite. Era de su primo el ingeniero. La guardó en la maleta para leerla más tarde cuando estuviese instalado en su nuevo hogar.
La casa no tenía puerta, ni cristales en las ventanas, el techo agujereado. En el suelo no quedaban apenas losas y el polvo se acumulaba por todas partes. Aunque no vio ratas, seguro que las había. Puso en un rincón la maleta mientras buscaba algo para limpiar el polvo. No quedaba más que una hora de luz y no tenía nada para iluminarse.
Encontró un cartón y con él hizo una escoba con la que barrió un trozo de suelo. Allí pasaría aquella noche. Sacó unos jerséis de la maleta y con ellos improvisó una almohada.
No durmió en toda la noche. Ruidos por arriba, por abajo, por la izquierda, por la derecha, fuera. Imposible dormir. Temía que las ratas si se dormía le mordiesen en las partes descubiertas. Incluso le pareció oír pasos.
Nunca deseó tanto que saliera el sol. Vio al menos tres roedores, desaparecer bajo los agujeros de la pared. En la habitación contigua vio huellas de zapatos. ¿Eran de la pasada noche o llevaban allí varios días? Nunca lo sabría.
Tenía que buscar otro alojamiento. No resistiría otra noche allí. Recogió su improvisada almohada. Al guardarla en la maleta encontró la carta de su primo. La cogió. Venía de México. No se decidió a abrirla. Aunque siempre se había llevado bien con su primo no esperaba que le dijera nada importante ni interesante. Volvió a dejarla en la maleta. La abriría más tarde. Ahora tenía que buscar algo para desayunar porque llevaba más de doce horas sin comer. Pero el problema era que solo le quedaba 20 euros.
Cogió la maleta. No había nubes en el cielo. Tampoco hacía frío. Caminar era una delicia. Pero apenas dio unos pasos observo algo extraño. Aquello no estaba allí el día anterior. Alguien había pintado en el suelo un enorme triángulo dentro de un círculo. En cada vértice habían colocado una estaca de color diferente: roja, verde, azul y colgadas de ellas tres bolsas negras, rotuladas con letras blancas.
En la estaca roja decía; No me abras, abre la siguiente. En la verde estaba escrito: ábreme, mira y sigue. Dudó pero acabó abriendo la bolsa. Dentro solo había dos cajas de madera del mismo color que la estaca. Obedeció la inscripción: miró y siguió. En la última bolsa leyó: Si has llegado hasta aquí ábreme. Quitó la cuerda que cerraba la bolsa. En el interior una caja de cristal. Dentro un papel doblado. Lo desdobló y leyó: Esta caja tiene un doble fondo. En él encontrarás dos llaves que abren la caja número uno de la estaca roja y la caja número dos de la estaca verde. No te equivoques. Un error sería fatal para ti.
Se dirigió a estaca roja. Dentro vio dos cajas. Miró cuidadosamente. Buscó. Efectivamente en un lateral las cajas llevaban un número. A él solo le interesaba la número uno. Allí estaba. La cogió e introdujo la lleve en la cerradura. La caja se abrió. En el interior un papel y un cheque. Leyó el papel: Si has abierto esta caja es que has seguido fielmente todas las instrucciones. El cheque es tuyo. Cóbralo y disfrútalo, pero no olvides abrir la caja número dos de la estaca verde.
Miró el cheque. Un millón de euros. Era una cantidad importante. Con ella sería fácil iniciar una nueva vida. Pero todavía tenía que abrir la caja dos.
Caminó hacia la estaca verde. Allí estaban las dos cajas que vio en su primer recorrido. No vio los números. Les dio la vuelta. Allí estaban. Dejó la número uno e introdujo la llave en la cerradura de la número dos. Había dos hojas y una llave: una hoja era verde y otra roja escritas con tinta azul. En la verde decía: Cuando cobres el cheque debes ingresar la mitad en la cuenta 333000444111555222666 y cuando lo haga al día siguiente usa los números de la otra hoja. En la roja solo había dos números: uno era una clave bancaria y el otro el de una caja de seguridad que se abría con la llave.
Todo era tan extraño. Pensó que soñaba. Pero no.  En sus manos tenía el cheque, la llave y las hojas con los números que tal vez cambiarían su vida.
Como no tenía nada que perder decidió seguir las indicaciones. Iría al banco, abriría una cuenta, ingresaría el cheque, haría la transferencia y esperaría a la mañana siguiente para buscar la caja de seguridad.
Todo lo llevó a cabo sin problema. En la caja de seguridad encontró dos talonarios de cheques y una nota que decía: Si has abierto la caja de seguridad te felicito y deseo que disfrute de los cheque. Están firmados pero en blanco. Pon las cantidades que quieras pero no debes pasar del millón de euros. No sé si habrás leído la carta pero ya no importa. Espero haber solucionado tus problemas y espero verte en México y cenar contigo donde me digas. En la carta está mi teléfono. Llámame.

JOSÉ LUIS RUBIO

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