domingo, 27 de noviembre de 2016

CAMISA DE FUERZA


Me sostenían contra la pared
con una camisa de fuerza
hecha de terciopelo,
enguantados los tres en terciopelo,
enfermeros improvisados.
Los tres veían en la vestimenta de sus manos,
en el velmez que me cubría el pecho, terciopelo.
Yo no: en lugar de terciopelo, sayal. O cartón.
O cáscara de chayote.
Para las princesas de los cuentos es el terciopelo,
no para las niñas huérfanas.
De huérfana, yo pasé a apátrida:
retruécanos del azar,
desliz mío por algún hueco mal custodiado.
Pegada yo todavía a la pared,
los tres aún intentan ponerme la mordaza.
Bonito lío, esa operación de amordazar a un mudo,
mudos callando a una muda.
Pero la mordaza pasó de freno a listón translúcido,
de cerrojo bucal colado en hierro a guirnalda invisible.
Ellos no advirtieron la metamorfosis de la mordaza,
que veleidosa iba cambiando de aspecto
según el ángulo de la luz.
Y al rato cayó la mordaza,
como la escama de un reptil que muda de piel.
Ellos la recogieron espantados y me la volvieron a poner.
Papá jamás fue hábil para colocar mordazas,
otros eran sus dones. Hoy escribo.

Françoise Roy -México-
Publicado en Periódico de poesía 92

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