lunes, 24 de octubre de 2016

OFICINA DE CENSOS II


Fue el último en marcar la entrada.
Tras él se cerraron las puertas. A contar de ese momento ya nadie podría ingresar o salir del edificio y las líneas telefónicas, junto con los correos y todo tipo de comunicación electrónica, quedaban suspendidas hasta la hora de salida: el gobierno no toleraba la fuga de información.
Edwards sonrió al ver detrás de la puerta de cristal a la encantadora señorita Degrassi, acongojada por su retraso. Se volvió y caminó hacia el turbo ascensor para alcanzar el piso 114, donde lo esperaba su despacho.
Ahí, encendió el ordenador y activó el dispositivo que acariciaba en el bolsillo de su chaqueta. Después de comprobar un par de cálculos, oprimió el botón de enter y esbozó una enigmática sonrisa. Se acomodó en su silla posando los pies sobre el escritorio y apoyando su cabeza contra sus manos entrelazadas en el respaldo. Era cuestión de tiempo…
Transcurridos alrededor de cinco minutos, comenzó mentalmente una cuenta regresiva: 3… 2… 1… En ese instante MacKendra irrumpió desesperado.
—¡¡Edwards, Edwards!! —gritó fuera de si—. ¿¿Ya viste el último reporte??
—Si —indicó su interlocutor con tranquilidad mientras lo estudiaba con indolencia.
—¡¡La rejilla AAA—0000 ha experimentado un…
—Lo sé —interrumpió—: ¿Quién oprime el botón? ¿Tú o yo? Vaya, lo olvidaba: es automático.
MacKendra lo contempló atónito.
—¿Fuiste tú?
Edwards se encogió de hombros:
—¿Te das cuenta lo que puede hacer un pequeño aparatito que hackea datos?
—¡¡Estás loco, estás loco!! —bramó, mientras salía instando a todos evacuar el edificio, una absurda
pérdida de tiempo.
Al quedar solo, acarició su tazón metálico el cual expedía un último aroma a café. No había esposa ni
hijos que lo lloraran. Tampoco padres ni amigos. Sin embargo, sin saber por qué, en su mente recreó el afligido rostro de la señorita Degrassi, cuando sobrevino la explosión.

 Jaime Magnan Alabarce (Chile)
Publicado en la revista digital Minatura 151

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