El panorama, que puede apreciarse con algún esfuerzo, consta de la playa desierta salvo por la presencia de la mujer. Ella permanece de pie y sabe o intuye que le será muy difícil volver a construir sus castillos de arena, casi imposible, se dice. Tal vez por esa razón no intenta ningún movimiento y las ideas parecen navegar en contra de sus deseos y marchan a los saltos de un asunto a otro, mientras su mirada ni se entera que captura imágenes del océano. La tormenta, que ella descubrió ya empapada, viene a complicarlo todo, porque es en verdad una complicación el mantenerse ahí, de pie frente al mar, mientras los rayos caen a lo lejos y sobre las olas, que se iluminan con los relámpagos y se mezclan con el sonido de los truenos. Es todo parte del mismo fenómeno, piensa la mujer, la Naturaleza exhibe sus distintas caras y no se avergüenza por eso, no tiene por qué, a ella nadie la cuestiona ni la mira mal ni la insulta ni la golpea, se dice de un tirón. Con satisfacción por la descarga de lo que ha dicho, el cuerpo parece aflojársele y, al final de un suspiro, comprende que no tiene nada más que hacer allí, en la orilla del mar que no para de encresparse. Entonces, con el ánimo renovado, la mujer se levanta el cuello del abrigo y, con una sacudida del cuerpo, se echa a andar.
Mario Capasso
Publicado en Estrellas poéticas 61
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