domingo, 23 de octubre de 2016

GIRÓN POR GIRÓN.


Miro pasar al ave
con las alas en cruz
ofrendándose al aire.
Amo.
Agradezco.

Allá arriba el risco escarpado. El otoño descalzo. Su crudeza. Es la sierra. La cumbre. El ignoto lugar. Ahí el nido del águila. La mujer.

Desde el llano trepó por la vereda. Dejó atrás el amparo de sombra y humedad. Le acompañaron los enhiestos pinos. Juntos desafiaron viento y soledad. Sin el sendero llegó la tierra yerta. La roca en su abandono y desnudez.

Está sola. Se apareó de por vida. Ferviente en el amor lleva consigo la memoria del vuelo y de la ofrenda. La compañía del macho. De su ausencia también. Cuando él no pudo ir más lejos ella contuvo el vuelo. Le acompañó.

No hay aguiluchos en el nido porque así debe ser. No existe ancla, ni eje para volver.

Está sola. Está sola. Las uñas no le sirven para asir ni cazar. Son metáfora del ciclo que concluye. Ella no vuela en círculos. No cerrará. Para ella sólo la espiral. Entre sus dedos, la piedra pedernal. Instrumento. Buril que con golpes metódicos desprende las escamas. Pluma a pluma. La vieja piel. Cada golpe percute, desprende, cauteriza. Cada girón un paso. Ciega, sorda, muda. Debe llegar a ser.

Sentada corre, con los ojos vendados desde el risco hasta el mar. El retumbo de olas, acompaña su paso. Perdió los ojos. Los arrancó.

Ah como duele la piel que le arde en llamas. Las plumas endurecidas que le impiden el vuelo. La memoria. El olvido. Hay mucho por restaurar.

Oculta a todo ojo se azota contra las piedras. Anhela libertad. Necesita llegar al fondo del silencio. Ciega sorda muda, llegar a ser, para volver a ser.

LETY RICÁRDEZ -México-
Publicado en Gaceta Virtual 117


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