viernes, 26 de agosto de 2016

ADOPTO PIEDRAS CALLEJERAS


Adopto piedras callejeras. De esas que a patadas van rodando de una acera a otra.
No tienen pedigrí (ni puta falta que les hace) ni nombres rimbombantes que les den valor (si los tuvieran tal vez no las adoptaría), pero conservan la memoria de la lluvia y la sabiduría que da escapar de una condena perpetua a quietud absoluta. Conservan la historia no escrita de los pueblos, de las ciudades, de las gentes temporales y las emigraciones sin destino.
Acuden a mí disimuladamente, como haciéndome creer que nuestro encuentro es casual, y yo las acojo en mis bolsillos dándole una “mijita” de cariño humano y calor animal y las acaricio con apretones de mis manos antes de dejarlas a salvo de zapatos maltratadores y despreciables puntapiés genocidas, colocándolas en cualquier estantería de mi habitación. Allí comparten refugio con libros, discos y un montón mestizo más de cosas que para la gran mayoría de la gente serían inútiles fetiches y para mí son tesoros; relicarios de mi existencia.
De vez en cuando las miro y sonrío. Les hablo en alguna ocasión y ellas escuchan (sé que escuchan) y sé que están ahí deseando mostrarme su gratitud. Siempre preparadas para atravesar el aire buscando su objetivo si algún día casual cualquier Goliat del tres al cuarto viene con la prepotente intención de verme desde lo alto, de mirarme por encima de los hombres.

FRANCISCO TOMÁS BARRIENTO -Campofrío-

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