jueves, 31 de diciembre de 2015

SABER VIVIR, SABER MORIR


El ser humano se acostumbra a todo. Es sorprendente la capacidad de adaptación que tiene, cómo es capaz de asumir los más hondos pesares con tal de aferrarse a la vida, aunque no sea más que una vida carcomida, vacía, insípida, putrefacta. Tememos a la muerte como algo horrendo, por más horrenda que sea nuestra existencia. Preferimos autoengañarnos, imaginar que algún día cambiará el rumbo de nuestra suerte; que se abrirá un claro de luz en las oscuras tinieblas de nuestro mundo; que se cerrarán las sangrantes heridas; que se secarán las amargas fuentes de saladas lágrimas que brotan de nuestras pupilas enrojecidas, y que finalmente podremos gozar, siquiera de unos pocos minutos de vida, antes de que se nos aparezca la lúgubre anciana para cercernarnos la misma con su implacable guadaña.

Nada importa que el paso del tiempo quiebre todas nuestras aspiraciones, que desmienta nuestros codiciados anhelos y nos azote con más lacerantes dolores; que nuestro cuerpo se doble una y mil veces, cada día más decrépito; que nuestra vista se ciegue, que no nos obedezcan los oídos, que la muerte imperturbable se acerque.

Como peregrinos en el desierto, creemos hallar un oasis que sacie la angustiosa sed que nos atormenta por dentro, por más que se frustren nuestros intentos, meros espejismos que nos hacen caer de bruces en medio de nuestro desespero.

Es la terrible condena que a toda alma agonizante espera. Espera desesperada, cuando el espíritu pretende imitar al cuerpo y permanecer ciego y sordo, agarrándose a este mundo cual náufragos que vagan perdidos, para quienes perecer de hambre y sed es el único destino; mas aún así no se resignan a entregarse a la cruel dama y luchan con sus últimas fuerzas, sabedores de que serán irremisiblemente vencidos.

El sol ya se ha puesto en sus desgarrados corazones, que azotados por la cruel desdicha laten sus últimos estertores y preparan la fúnebre marcha de los cuerpos humillados hasta el sagrado camposanto, donde agotadas reposan las almas ya mucho tiempo atrás muertas. Pues muertos están -acaso sin ellos mismos saberlo- quienes no saben vivir y,debiendo morir, se empeñan en no hacerlo.

JAVIER GARCÍA SÁNCHEZ

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