domingo, 31 de mayo de 2015

VÉRTIGO


Cada mirada se fundía
en un crepúsculo irreal,
en una alborada etérea,
embolicado reflexionaba
en que amé ciegamente:
el aroma que desprendías,
cada pliegue, cada rincón
de tu cuerpo celeste,
ese roce mágico y sutil
de tus manos peregrinas,
cuando acariciadoras
recorrían los sinuosos
relieves de mi orografía,
ese ardor de tu vientre
apegado a mi espalda,
aquellas dunas desiertas
de tus senos livianos,
senos que semejaban olas
cuando agitados oscilaban
como una marejada.
Pero sobre todo eso amé
aquello que ahora añoro
pese a todas mis veleidades:
la ofrenda incondicional
de un corazón sublime
que era el mar de sus bondades.
Aquellos tiempos lejanos
en que nos entregábamos
temerosos, furtivos,
al arrebato de los deseos,
allí, en el presbiterio
íntimo de tu alcoba,
bajo el dosel de tu lecho
ambos nos ofrecimos,
como en un altar común
la ofrenda de los cuerpos
y la comunión del alma.
Perdido ese tacto suave
aterciopelado de tu piel,
liberado de los grilletes
férreos de tus piernas
que ataban mi cintura,
náufrago a la deriva
buscando otra aventura,
que me lleve a la catarsis
y ya purificado pueda
liberarme de la adicción
de libar cada día el néctar
que rezuman tus poros,
encuentre otra morada
otra piel que sea mi norte,
que la estela de mi vida
pueda iluminarla otro faro,
otro delirio que me saque
de este desolado letargo
en que estoy sumergido,
otra ardiente pasión
que ofrezca un refugio
donde llorar este dolor
y lamer este desamparo,
para huir del vértigo
eterno de tu ausencia.

PACO LAINEZ

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