lunes, 29 de diciembre de 2014

LA MÁQUINA DEL MUNDO


Versión de Alfredo Fressia

Y como yo recorriera lentamente
un camino de Minas, pedregoso,
y al cierre de la tarde una ronca campana

se mezclara al son de mis zapatos
que era pausado y seco; y las aves planearan
en el cielo de plomo, y sus formas prietas

lentamente se fueran diluyendo
en la oscuridad mayor, venida de los montes
y de mi propio ser desengañado,

la máquina del mundo se entreabrió
para quien de penetrarla se esquivaba
y sólo de pensarlo se plañía.

Se abrió majestuosa y circunspecta,
sin emitir un son que fuera impuro
ni un destello mayor al tolerable

por las pupilas gastadas en la observación
continua y dolorosa del desierto,
y por la mente exhausta de especular

toda una realidad que excede
su propia imagen delineada
en el rostro del misterio, en los abismos.

Se abrió en calma pura, y convocando
cuantos sentidos e intuiciones restaban
a quien por haberlos usado los perdiera

y tampoco desearía recobrarlos,
si en vano y para siempre repetimos
los mismos periplos tristes y sin derrotero,

convocándolos a todos, en cohorte,
a aplicarse sobre el pasto inédito
de la naturaleza mítica de las cosas,

así me dijo, aunque ninguna voz
o soplo o eco o simple percusión
atestiguara que alguien, sobre la montaña,

a otro alguien, nocturno y miserable,
en coloquio se estaba dirigiendo:
“Lo que buscaste en ti o fuera de

tu ser restricto y nunca se ha mostrado,
aun afectando darse o rindiéndose,
y a cada instante retrayéndose más,

mira, repara, ausculta: esa riqueza
sobrante en toda perla, esa ciencia
sublime y formidable, pero hermética,

esa total explicación de la vida,
ese nexo primero y singular,
que no concibes más, pues tan esquivo

se reveló ante la busca ardiente
en que te consumiste… ve, contempla,
abre tu pecho para abrigarlo.”

Los más soberbios puentes y edificios,
lo que en los talleres se elabora,
lo que pensado fue y enseguida alcanza

una distancia superior al pensamiento,
los recursos de la tierra dominados,
y pasiones e impulsos y tormentos

y todo lo que define al ser terreno
o se prolonga hasta en los animales
y llega a las plantas para embeberse

en el sueño rencoroso de los minerales,
da vuelta al mundo y se vuelve a abismar
en el extraño orden geométrico de todo,

y el absurdo original y sus enigmas,
sus verdades altas más que todos
los monumentos erigidos a la verdad;

y la memoria de los dioses, y el solemne
sentimiento de muerte, que florece
en el tallo de la existencia más gloriosa,

todo se presentó en esa mirada furtiva
y me llamó para su reino augusto,
por fin sometido a vista humana.

Mas, como yo resistiera en responder
a ese reclamo tan prodigioso,
pues la fe declinara, lo mismo el ansia,

la esperanza más mínima – ese anhelo
de ver desvanecida la tiniebla espesa
que entre los rayos del sol aún se filtra;

como difuntas creencias convocadas
presto y vehemente no se produjeran
para de nuevo teñir la neutra faz

que voy por los caminos demostrando,
y como si otro ser, ya no aquel
habitante de mí hace tantos años,

pasara a comandar mi voluntad
que, ya de sí voluble, se cerraba
semejante a esas flores reticentes

en sí mismas abiertas y cerradas;
como si un don tardío ya no fuera
apetecible, despreciando más bien,

bajé los ojos, incurioso, laso,
desdeñando recoger la cosa ofrendada
que se abría gratuita a mi ingenio.

La más estricta tiniebla ya se había posado
sobre el camino de Minas, pedregoso,
y la máquina del mundo, repelida,

se fue recomponiendo poco a poco,
mientras yo, aquilatando lo que había perdido,
seguía vagaroso, con las manos pendientes.

Alfredo Fressia -Brasil-
Seleccionado por Juan de Marsillo

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