viernes, 27 de junio de 2014

FASCINACIÓN DEL TURISTA


Si hay un lugar que brilla en el futuro
está dentro y fuera de la piel
y el horizonte es un hilo de luz que nos alimenta,
porque somos su temblor y su fuente,
su lámpara encendida en el pensamiento.
¿Quién sabrá quien somos, aquí,
midiendo la vibración feliz del tiempo,
sabiéndonos en un cuerpo
que nos descubre ahora lejos de nosotros,
perdidos en el corazón de los días?
Toda la brisa que sentimos en la frente
es el mar que soñamos,
la hendidura iluminada de la lejanía,
el aura perfecta de la esperanza.
Y llevamos en los ojos la duración de un deseo
que nos consume:
el mundo
y su signo diario, su tránsito más vivo,
metáfora que somos
entre el día y la noche,
vivir
en la ocupación del límite,
en la patria ciega del destino.
Si hay un lugar que brilla en el futuro
sentimos otra forma construida en los sueños,
y sentimos la sed de una ficción continua
—el viaje es un cuerpo que ya nunca regresa—,
pues nosotros viajamos contra una estrella extraña,
en territorio impuro que a veces nos derrota,
individuos sin nombre, extranjeros sin alma,
en prevista aventura, la efímera rutina,
la vida adelantada en su verbo azaroso,
travesía que encarna la curva de la soledad,
círculo que retorna en el recuerdo herido
—quién soy yo, qué deseo—,
cuando la vida anula su más postrero mapa,
cuando ya somos rostros que no confirman nada,
convertidos en duda, ya sin puerto seguro,
ciudades del exilio, del temor invisible,
cuando ya no sabemos desmentir extravíos,
cuando somos asombro de nuestro propio gesto,
la condición secreta que nos borró el pasado,
cuando todo se extingue entre nostalgia y fábula,
y cuando somos carne olvidada en la niebla,
como espectro vulgar que se extraña a sí mismo
o un espejo de imágenes deformadas y ausentes,
la experiencia volátil de un horario que existe
sin tocar tierra nunca, sin entrar al misterio,
viviendo en una página de un desierto sonámbulo,
sin saber el camino,
finalmente en la suerte
de no ser
o ser algo,
cuando ya no hay certezas ni promesas visibles,
porque estamos aún en la luz del crepúsculo,
frontera que nos condena al punto incierto de la noche,
devorados
paso a paso
por nuestra propia naturaleza.

Del libro Habitación do asombro de MIGUEL ANXO FERNÁN-VELLO -Lugo-
Publicado en la revista Ágora digital 3

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