lunes, 31 de marzo de 2014

URGEN POLÍTICAS PARA LA ESPERANZA


El mundo anda desconsolado porque a sus moradores las desilusiones les matan. Es público que cuánto más promesas reciben los ciudadanos, con más decepciones se encuentran. Ahí están los recientes datos: El 67 % de los líderes empresariales consideran que las compañías no hacen lo suficiente para superar los retos que supone un futuro sustentable en materia económica y ambiental. Así lo acaba de revelar una encuesta realizada por el Pacto Global, la iniciativa de la ONU y el sector privado que vela por una economía comprometida con el medio ambiente y los derechos humanos. Sabemos que no es ético lucrarse de un cambio climático catastrófico, de un desempleo apocalíptico o de los disturbios sociales que se pueden originar como consecuencia de este caos. Pues nada, seguimos como en la época de Cicerón: la amistad comienza donde termina o cuando concluye el interés. Con razón el beneficio es la rueda principal de la máquina del mundo. Es el rédito del todo vale, con tal que a mi (poder) me dejen seguir metiendo la mano en la bolsa de los caudales. Y, así, cuando la política pasa de ser un servicio, a servirse de la ciudadanía, haciéndonos pensar que se trabaja por nosotros, los charlatanes se ponen de moda.

Por nada del mundo quieren bajarse del pedestal. Saben que con un poder absoluto hasta a un burro le resulta fácil mandar. Pienso, por consiguiente, que ha llegado el momento de organizar otros poderes más interactivos, los presentes parecen organizados para oprimirse unos a otros. Lo que sí urge es más entendimiento y más reciprocidad en los diálogos, sobre todo para propiciar otras políticas más reales con la situación, que puedan optimizar estas situaciones adversas con mejores gobernanzas. El gentío está indignado por las crecientes desigualdades e inseguridades que existen sobre todo para las personas más pobres y marginados. Esto pasa en aquellos países que han adoptado la política como profesión. La honradez brilla por su ausencia. Hay una clara demanda de justicia social y de aumentar la rendición de cuentas. Por otra parte, cuando la escasez de empleos o medios de vida disponibles mantienen a las familias en la pobreza, también todo se desmorona. El cambio hacia un desarrollo incluyente y sostenible no será posible, mal que nos pese, si las políticas son permisivas, corruptas y partidistas. No se puede seguir negando a millones de personas la oportunidad de ganarse la vida en condiciones humanas, o sea, dignas y equitativas.

Los políticos tienen que sentir con el pueblo. Son del pueblo y han de servir al pueblo. No al capital o a su grupo de amigos. Son nuestros servidores. En todo momento deben estar con esa ciudadanía que lucha por un trabajo seguro, productivo y remunerado de manera justa. La realidad nos ha demostrado que el crecimiento económico por sí solo no es suficiente. Hay gente que está predestinada a ser pobre, aunque viva en zonas ricas. Sin duda, hacen falta otras políticas sociales que aminoren las penurias que viven algunas personas. Sin embargo, cuando el diálogo entre la gente y los políticos apenas existe, si acaso en época electoral, es muy difícil poder avanzar hacia el ansiado pleno empleo, puesto que las sociedades se sienten desamparadas, provocando una espiral descendente de incertidumbre. Está visto que los países que han alcanzado niveles elevados de puestos de trabajo y de reducción de la marginalidad abordaron los factores estructurales causantes de la miseria, aplicando una amplia protección social, acompañada de otros activos, que han fomentando la inversión y las ganas de crear empleo.

La política es fecunda, debe serlo, pero es necesario también que se mueva en la dirección correcta. Para empezar, no puede defraudar al pueblo. Tiene que dejar de ser el provecho de unos pocos. Los programas deben recuperar genialidad y hacerse cargo de las situaciones reales de las personas, asegurando a todos, qué menos que esperanza e igualdad de derechos. Para ello, las instituciones tienen que actuar con transparencia. A medida que el entorno se vuelve oscuro, las prioridades suelen ser otras, y suelen primar los intereses en lugar del bien colectivo. De ahí, que considere esencial garantizar la participación ciudadana y el compromiso ciudadano, para logar que las cuestiones a desarrollar sean lo más incluyentes y eficaces posible. Sin ir más lejos, un objetivo de tanto relieve como el empleo pleno, estimado como una emergencia mundial, precisa diálogos consensuados, de lo contrario no pasará de ser un sueño más.

Por desgracia, son muchas las personas desanimadas que han dejado de buscar trabajo. Precisamente, son las instituciones, con sus políticas robustas y coherentes, las que han de encauzar a estos ciudadanos a ganarse la vida. Un empleo de calidad ilusiona a cualquiera. Lo que no se entiende es que con tanto desempleo, el porcentaje de pobres que perciben prestaciones en efectivo u otro tipo de apoyo periódico a los ingresos, sea cada vez menor. Ante esta triste realidad, ¿cómo se puede aminorar el gasto público en protección social para programas destinados a la población en edad de trabajar?. Es cuestión de priorizar, de adaptar los objetivos y las metas a las circunstancias actuales. Hasta ahora nos hemos centrado únicamente en el crecimiento económico y en confiar en que éste genere suficiente empleo. Esto no es así. Para crear empleos de calidad se precisan sectores privados fuertes, otras políticas más entregadas a la ciudadanía, y entornos propicios que tengan objetivos más sociales y humanos que los actuales.

Claro, para activar esta política pensando en los más pobres, es bueno conocer sus problemas, pero no es suficiente, es necesario además amarlos. El auténtico valor político es lo que genera esperanza en el pueblo. Lo nefasto del momento reciente es la confusión del término, y en lugar de premiarse el espíritu de servicio, se recompensa al que más aplaude al poder de turno. Ninguna reivindicación puede desembocar en un mercadeo ciudadano. Hasta ahora, la comunidad política internacional tampoco ha logrado producir un consenso global sobre los valores y principios fundamentales que avivarán una actividad económica sostenible. Está visto que, en ausencia de un gobierno mundial, va a ser muy difícil establecer medidas de control de capitales, generar vínculos de empleos, instituir diálogos sociales, generar desarrollo compartido. Ahora bien, no podemos seguir atrapados por la crisis. Tenemos los recursos precisos. Sabemos lo que hay que hacer. Lo único que se necesita son servidores dispuestos a favorecer, no al que más tiene, sino a aquellos que, por su condición social, cultura o salud, corren el riesgo de quedar relegados a la indiferencia más cruel como siempre.

Víctor Corcoba Herrero
Publicado en la revista Arena y Cal 208

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