jueves, 30 de enero de 2014

MATERIA COMBUSTIBLE, JOSEFA PARRA


Salvo en el campo de la literatura, los mitos no suelen encajar en los parámetros de la realidad y, sin embargo, vivimos rodeados constantemente de sus referencias. Garcilaso de la Vega fue capaz de ensalzar su propio mundo interior al identificarse con el estado de ánimo de sus dioses de cabecera. No tuvo que abusar de la presencia del yo para que todos comprendiéramos el dolor que lo habitaba. Quevedo se familiarizó tanto con estos personajes que no tuvo más remedio que reírse a sus anchas en cualquier bar de la esquina. Entre lágrimas y sonrisas desfila el sin sentido de la existencia humana y no es de extrañar que Josefa Parra arranque Materia combustible con una alusión a las alas de Ícaro, a la levedad del amor que tiende a arrojarse con demasiada frecuencia hacia el abismo de un precipicio, a unas ansias irrefrenables hacia esa libertad de pájaro que es el deseo. Un poemario que presenta una estructura circular donde se desliza sin dificultad la metáfora de que la vida es tan sólo una pequeña llama que debemos mantener encendida por todos los medios. Quien no muere en cada empresa en la que se embarca realmente no está viviendo. El tiempo es fuego que deja en el camino su estela de ceniza hasta que el recuerdo o la nostalgia avivan los restos del naufragio para encender de nuevo una hoguera.

La poesía aspira a ese halo de inmortalidad de los dioses sin darse cuenta de que quizás ellos prefieran degustar de lleno los sinsabores de unos días en los que la incertidumbre de la muerte los aceche como a los humanos. Ese mundo regido por el culto a los extremos, por la conexión evidente entre los contrarios, encuentra su equilibrio en el amor, y, gracias a él, renacemos, somos capaces de ver la belleza que nos rodea, somos capaces de levantarnos cada mañana. Como nadie, Josefa Parra ha sabido ver que nuestra estancia en la tierra es un cúmulo de detalles, un llanto silenciado entre las hojas del rocío y una sonrisa abierta ante el sol del mediodía. No abandona el presente para tumbarse de lleno en los brazos del futuro, pues es consciente de que la madeja enroscada de la vida puede quedarse sin hilo, de que el aroma de la rosa no permanece para siempre en nuestra habitación por más que cerremos la puerta a cal y canto. En la estación de invierno en la que nos hallamos, donde tan sólo se divisa la nieve solitaria de la melancolía, uno puede refugiarse en una pequeña habitación de hotel con el calor de una bombilla y del cuerpo amado hasta que las luces del alba nos devuelvan a la realidad.

En Materia combustible el sueño se asemeja a la descripción de un paisaje donde el tiempo no tiene más remedio que interpretar el papel de espectador, sin capacidad de movimiento, como si fuera testigo de una escena tan intensa como irreal, como si tuviera en las manos el jugo de una manzana y no pudiera hincarle el diente, como si observara una foto y no pudiera añadirle la caligrafía caprichosa de unas arrugas. Josefa Parra rescata aquellos momentos vividos que merecen la pena en un espejo, la palabra, en el que el lector asoma su rostro y toma como suyas algunas de esas estampas. Es la poesía como fuente de comunicación.

Desfilan en el poemario ciudades misteriosas o decadentes como podrían ser la misma Venecia o Tánger, ciudades con encanto oculto entre sus ruinas, ciudades sin suerte alguna en las que también corren por sus intrincados laberintos la sangre de la llama. Ciudades embrujadas por su propia historia, cuya luna se abalanza ante nosotros con un grito de desesperación, con un canto de nostalgia en un abrazo ficticio que abriga con mayor intensidad nuestros corazones.

Josefa Parra se vuelca en el heptasílabo, el alejandrino y el endecasílabo para confeccionar más que un puñado de poemas una vida plural donde el ser humano es capaz de mirar más allá de sus fronteras, aferrarse a la infinitud, a pesar de tener fecha de caducidad, como una forma posible de alcanzar los sueños, como el único modo de vencer al olvido. En sus poemas el ser humano se encuentra a salvo, vive lleno de esperanza.

ALEJANDRO PÉREZ GUILLÉN -Benalup-

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