viernes, 27 de septiembre de 2013

UNA DE CAL Y UNA DE ARENA

Por si éste no lo sabe, por si aquél lo olvidó,
por si hay que refrescarles la memoria
a los que ayer dejaban en los muros
escrito con fervor de juventud
un rotundo: ¡Cuba sí!,
un feroz: ¡Yanquis no!
y ahora van por la banquina de la vida
con molicie, menos ímpetu
y un laisser faire que al cabo de los años los ganó.

Tres décadas batieron vientos encontrados por el mundo;
en ese ir y venir retrocedimos
enmarañados entre teorías sin praxis
y alguna praxis sin fervor;
así vimos languidecer los ideales
de lo que no pudimos o no supimos defender.

Cabe a todos la culpa y la asumo
con una diferencia: las ganas de seguir.
Y desde aquí, sin temor al ridículo pregunto
tan sólo por saber dónde están parados,
si los doy por perdidos o los sigo esperando.

¿Quién les apagó el fuego que alentaban?
(No se ha visto que lo hayan consumido.)
¿Qué hicieron de la vida en constante aleteo
siempre en nuevos intentos?

¿Y las guitarras? Digo de las guitarras
que nos hermanaban en sentimientos.
¿Quién silenció esa música, ese río?
¿En qué rincón se ahogó la voz de esas canciones,
desplumaron las alas de su pájaro,
le herrumbraron el vuelo?

Sé bien que novísimos tiempos de otros oscurantismos
armaron la estrategia para frenar el alba
(como si lo pudieran)
mientras nosotros, entre idas y venidas, marchas y contramarchas,
discutíamos hasta agotar cualquier paciencia,
sin ver que la reacción ponía al día sus cuentas.
Fuimos los ingenuos permisivos,
dejamos que alzaran sus represas,
detuvieran las fuertes correntadas de la juventud que crecía.

Son culpables también los que hicieron mutis por el foro
cuando la función aún no había terminado
y se retiraron en silencio,
también aquellos a los que la comodidad amordazó sus bocas
y enterraron ideales y futuro en un álbum del pasado
cuando la “sagrada familia” los acogió en su seno.

Solos, pocos, desperdigados,
nos cuesta reagruparnos a los menos que somos.
Mas algunos quedamos, tercos, empecinados,
flameando banderas posibles
con el fuego último que arde en nuestras raíces.

Y por creer en el hombre, proseguimos cantando.

Del libro Cosas por su nombre de RUBÉN DERLIS -Argentina-
Publicado en el blog rubenderlis

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