jueves, 29 de agosto de 2013

LA CONFERENCIA DE GENOVA

(Artículo de 1922)

     Desde la famosa paz de Versalles los estadistas de Europa han celebrado tantas conferencias que ya se hace difícil llevar la cuenta. San Remo, Hythe, Boulogne, Bruselas, Londres, Spa, París, Cannes: cada uno de estos nombres marca un momento del drama terrible de desequilibrio que se inició en el mundo tan pronto los Grandes Cuatro declararon terminada en Versalles su labor insensata de reorganización, no a base del olvido y cooperación que diseñaban los principios wilsonianos (que él fué el primero en pisotear), sino a base de ambiciones sórdidas y de rencores de gorila que hicieron más negro el pavoroso cuadro de incomprensión, de barbarie y de sangre, de odio y de miseria, que presenta Europa al terminar la guerra.
     ¿Y en qué se diferencia esta conferencia de las anteriores, incluso la de Washington, que hace --creo-- el número diez de las celebradas? Pues en sólo un hecho significativo por demás: en el hecho de que a ella concurrieron los alemanes y los rusos, los que, --con un criterio político digno de Bertoldo-- habían sido excluidos de las otras, como si hubiera sido posible tratar del reajuste de Europa y del mundo excluyendo de las deliberaciones precisamente a las dos naciones que representan en territorio y población mucho más de la mitad de la fuerza económica y política representada por los demás pueblos del continente europeo.
     Desde luego que este hecho solo demuestra hasta la evidencia que fue un conjunto de absurdos y chocheses lo que se hizo en Versalles, ya que ello envuelve una rectificación de aquella arrogante actitud autoritaria y exclusivista adoptada en Versalles por los Grandes Cuatro. De estos Grandes Cuatro de tan fiero talante el único que queda en pie todavía es Lloyd George, en quien hay que reconocer la grandeza moral nada común de haber sabido volver sobre sus pasos en un esfuerzo desesperado para deshacer lo que la rutina valetudinaria de la diplomacia y la histeria guerrera dejaron hecho en Versalles.
     A él, a Lloyd George, es a quien se debe esta jornada de Génova, primera tentativa inteligente que se hace en el mundo para poner fin al desconcierto económico reinante y alejar el fantasma de otra guerra más feroz y exterminadora que la anterior. Pero... ¿triunfará Lloyd George en esta generosa tentativa, o acabará la reunión de Génova como el Rosario de la Aurora?
     Somos optimistas, no porque confiemos mucho en el buen juicio de los conferenciantes --que a cada paso quieren tirarse las trastos a la cabeza-- sino porque rusos y alemanes tuvieron el buen juicio de asociarse... y ya no le será tan fácil a los aliados oficiar de Pepe el Tranquilo echándolo todo a rodar..
     De todos modos, hemos llegado al momento culminante, al clímax de las conferencias. Los rusos han contestado las proposiciones de los aliados en términos mesurados y corteses, pero rechazando lo que --según ellos-- es incompatible con el nuevo régimen implantado en su país. Y como la no aceptación de las conclusiones rusas equivale al fracaso de las Conferencias, e Italia e Inglaterra están sinceramente empeñadas en que no fracasen, de ahí que, echándolas de profeta, afirmemos que, no obstante la actitud intransigente mantenida hasta ahora por Francia y Bélgica, todo se salvará. Porque, ¿a dónde bueno pueden ir Francia y Bélgica en los días que corren, en qué desaforada aventura militar pueden engolfarse sin el respaldo de Inglaterra? Ésta, Inglaterra, es la llave para entrar en la nueva era, y la llave no está en malas manos. Confiemos y esperemos.

Publicado en el blog nemesiorcanales

No hay comentarios:

Publicar un comentario