jueves, 28 de marzo de 2013

SIMULACRUM


Soy un ser nocturno. Despreciable y oscuro, pero hermoso. Soy una brillante mezcla de perfección y crueldad. Me alimento de sentimientos, jugosos y dulces sentimientos de pobres ingenuos que caen rendidos a mis encantos.
Mi forma: la que prefieras. Soy aquello que tus ojos desean ver. Lo que más disfruto es la ceguera selectiva de quienes se obsesionan con encontrar el amor. Esos son los más divertidos cuando llega el momento de destrozarlos. Cuanto más me aman, más me entretengo dejándoles sin nada más que un frío vacío interior al verse privados de mi.
Generalmente se suicidan. Para mi es un gran espectáculo. Los ves ahí, llorando desconsoladamente, pensando mil veces en los motivos por los que les he abandonado, con el rostro hundido entre las rodillas y los ojos hinchados.
¡Qué patética visión! No son más que simples y asquerosas criaturas incapaces de ser seres completos;
repugnantes parásitos, gorrones inútiles que cargan el peso de su felicidad en los demás. Merecen su dolor, merecen ser despojados de todo, y yo disfruto arrancándoles lentamente el alma sin ningún tipo de piedad; esa es mi especialidad.
Vosotros no sois más que nuestros juguetes. Nos colgamos medallas cada vez que logramos un colapso. Es delicioso percibir cómo se escapa el último suspiro de unos labios moribundos que han escogido su hora.
Es maravilloso ver cómo la desesperación os invade, y el modo en que os lanzáis determinados a las
muertes más cruentas y desgarradoras, mientras os preguntáis cómo se puede sufrir tanto, suplicando entre espasmos por una respuesta.
Desengáñate amigo, el cielo no existe; nosotros nos divertimos a vuestras expensas viendo cómo nos llamáis ángeles. Ahora, querido, ya puedes dejar de retorcerte de dolor y morir en paz, no tengo nada más que arrancarte.
La fe era lo único que te quedaba.

María José Madarnás (Venezuela)
Publicado en la revista digital Minatura 124

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