jueves, 28 de febrero de 2013

DE LOS LIBROS PROHIBIDOS


Acaso no recuerdes su perfume,
pero olía la tinta a madreselva;
y, al mirar hacia atrás, si despejada
la calle de tu crimen se propiciara cómplice,
el corazón latía más deprisa,
sin duda presintiendo el paraíso.

Eran libros prohibidos. Lo supiste
porque tembló tu mano al hojearlos
y tus dedos sintieron
ese tacto caliente que emana de las páginas
de las obras malditas.

En aquellos estantes el mundo era un secreto,
y ante ti sus arcanos, como una rosa oscura,
abrían las corolas, te incitaban
a remontar la cuesta, la durísima,
inexpugnable cuesta del silencio y el frío.

Tomaste -¿no te acuerdas?-, con mano sudorosa,
un volumen, un libro
de versos encendidos como sólo la sangre
se enciende y se derrama y te aguija y te quema
e instiga el desacato que conduce a la gloria;
un libro, libremente,
y le diste cobijo en tu jersey.

Desiertas a esas horas las aceras,
una luz clandestina te acompañó hasta casa.

Del libro La sombra del celindo de Domingo F. Faílde -Linares-
Publicado en la Biblioteca

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