martes, 29 de enero de 2013

SOÑANDO A OSCURAS


¿Recuerdas mi estúpida obsesión por soñar? Llegaste a insinuar que acabaría convirtiéndose en mi mayor enfermedad. Sin que sirva de precedente debo darte, en parte, la razón. A medida que interiorices el sentido de estas líneas comprenderás que sigo siendo la misma y que aún te amo por encima de cualquier fuerza sobrehumana. Aunque me he visto forzada a controlar la situación, a manejar mis mayores temores a mi modo. No te estoy pidiendo permiso ni comprensión. Nunca lo haría. Como siempre mi egoísmo me ha llevado primero a pensar en mí, pero sí al menos una aprobación.
Hace horas, días, meses… que no nos vemos. No se trata de materializar el tiempo sino de asumir que la espera se hace eterna. Entendí que mientras regresabas, mientras volvías a mis brazos, sería mucho más romántico e idílico reinventarte a mi manera. Eres consciente de que nunca he soportado tú carácter efervescente, tu prepotencia ni aquellos besos que me vuelven loca. ¿Por qué no pensar que sí, que estás conmigo, que somos felices, que me aceptas y que me quieres casi tanto como yo a ti? Quizás sea una osadía por mi parte, delirios que me permiten ser feliz, sobrevivir. Pero es duro admitir que ya no estés a mi lado.
Decidí que de un modo u otro me acompañarías en todas mis actividades. El primer paso fue apuntarnos a clases de yoga, sí, a yoga. Pensé que para reinventarte sería mucho más sencillo comenzar en algún lugar, de los pocos que quedan, en los que no tuviésemos que darnos explicaciones ni hablar. Sólo observamos y respiramos. Respiramos profundamente. A veces me estremezco cuando siento tu aliento en mi espalda.
Ayer, sin ir más lejos, acordamos ir al cine. Por supuesto, elegí yo la película. Ésta vez no tuviste fuerzas para discutir. Compré dos enormes cubos de palomitas y un litro de coca-cola con dos pajitas. Cuando llegué me indigné muchísimo. Nada más sentarme, una chica empezó a gritarme como una histérica para que quitara todas nuestras pertenencias de su supuesto asiento. Yo perdí los nervios por completo. Le dije que si es que no te veía, que mi novio estaba sentado en su sitio porque habíamos comprado las entradas o si acaso me veía tan caprichosa para ir ocupando asientos a mi antojo. Sin ningún tipo de remordimiento, el acomodador me invitó, bueno, nos invitó a abandonar la sala. Me sorprendió tu actitud cobarde. En otro tiempo me hubieses defendido.
Cocino para dos, preparo la mesa con el doble de tenedores, platos… Pero últimamente no comes nada, no pruebas bocado. No me extraña que conserves también la línea. Sólo te molestas en escuchar atentamente el telediario y mis pequeñas anécdotas, sin reproche alguno. En ocasiones resulta tan aburrido…
Los viernes por la noche nos encerramos en aquel pequeño bar escondido de la ciudad con tanto encanto. Hablamos de música sin parar, debatimos sobre el individualismo, política, mientras nos aferramos a nuestros gin-tonics y a la desoladora realidad. Como un peso en mi espalda noto cómo la gente nos observa y habla en voz baja sobre nosotros. En ese momento es cuando me doy cuenta de que formamos una pareja preciosa y que se mueren de envidia.
De vez en cuando tengo pequeños brotes de realismo. Los odio, los odio con toda mi alma. Me hacen sufrir. Me recuerdan que estoy sola. Es cuando agarro tu móvil, el que dejaste olvidado en la mesilla de noche y me escribo hermosos y poéticos mensajes de amor. Cuando mi móvil suena y veo reflejado tu nombre en la pantalla, tiemblo. Y apenas sin fuerzas, caigo rendida al suelo, apoyada en la pared que aguarda mis pesares, mis frustraciones. En esos momentos lloro enredada a mis piernas, con la leve esperanza de que cruces la puerta, te sientes conmigo y me abraces muy fuerte mientras me dices lo mucho que me necesitas, tanto como yo a ti.
Me ofreces tu mano con delicadeza y te acompaño a la cama, para dormir ladeada para que sientas que tu hueco aún sigue vivo.
Debes entender que nadie me pidió permiso para despedirme de ti. Que me sentí obligada a besarte por última vez tras aquel frío cristal. No te estoy pidiendo permiso. Sólo quiero que comprendas que cuando nos conocimos me propuse amarte hasta el fin de mis días, me acompañes o no en esta dura travesía. Y fiel, cumplo mi misión.

Mercedes Daza García -Granada-
Publicado en Suplemento de Realidades y Ficciones 55

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