jueves, 31 de enero de 2013

PARA QUÉ LAS PIEDRAS


No me gustan los cruceros.  Antes nada era igual.  Recuerdo que papá me llevaba a hombros al parque.  Montaba en el columpio que subía más alto y él me empujaba con fuerza.  El aire se me echaba encima y reíamos a carcajadas.  Mamá nunca podía venir con nosotros porque él quería verla en casa a su vuelta.  Ella no se reía, y ya no están juntos.  Mi padre ahora sólo me tiene a mí, a veces, cuando tengo vacaciones.
El balanceo me revuelve el estómago.  Me duermo, me despierto, me duermo un poco más.  Papá mira muy serio a través del ojo de buey hacia la noche redonda.  Ha llenado mi mochila con algo que pesa bastante.  Parecen piedras.  Me la coloca a la espalda, y me ata el cierre de la cintura, con cuidado, sin pellizcarme ni nada.
Llego en sus brazos a la cubierta inferior.  Me sienta en la barandilla con las piernas colgando por fuera, como en el columpio aquel.  Me descalza, para que no se me caigan los zapatos nuevos sobre el mar negro.  Tengo vértigo, le digo.  Me besa la cabeza y me empuja.  El mar se me echa encima.  El agua está helada.  Miro hacia arriba.  Para qué las piedras.  No sé nadar.

Rocío Romero Peinado
Publicado en el blog patricianasello

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