jueves, 31 de enero de 2013

EL CAMPANARIO


Sonaron doce campanadas desde el fondo del valle donde estaba la iglesia abandonada. Fray Marcos convocó a una reunión general en la Plaza Mayor, las familias mandaron a sus representantes. Ante la mirada inquisidora del religioso todos respondieron que nadie de los clanes había ido al lugar. Sabían que estaba prohibido el ingreso de cualquiera luego del asesinato de Fray Bartolomé hacía no más de dos semanas. Su cuerpo había sido hallado decapitado frente al altar. Nadie tenía idea de los motivos del crimen ni de quiénes podrían ser los asesinos, tampoco habían podido hallar la cabeza.
Sospechaban de unos gitanos que por ese entonces se había instalado en el valle. El fraile había convencido a todos para que los echaran al descubrir extrañas ceremonias que hacían por las noches: sacrificaban animales y realizaban cánticos en lenguas incomprensibles invocando a dioses paganos. Bastó que dijera: “¡Están llamando al diablo!” para que toda la turba enceguecida de Villa Carmen los sacara a punta de lanza.
Los jóvenes, mucho menos prejuiciosos, creían que había sido atacado por algún tipo de bestia salvaje (como un oso) que le podría haber arrancado la cabeza con sus poderosas garras. Esta teoría no tenía sustento por el hecho de haberse encontrado en la iglesia todas las puertas y ventanas cerradas con sus correspondientes cerrojos; la posición del mobiliario no mostraba señal de desorden o pelea, no se encontró ninguna pisada animal o humana.
Mandaron una comisión dirigida por Don Francisco Aliaga a inspeccionar la iglesia para averiguar quién era el intruso que estaba en el campanario, todos fueron a caballo.
Las lavanderas que estaban a orillas del río fueron las primeras en verlos regresar. Venían caminando con los ojos en blanco y la boca abierta. No había señales de los animales que habían llevado. A pesar de los intentos de las mujeres por detenerlos avanzaban en dirección al río. Cuando llegaron hasta la ribera siguieron en línea recta por el agua hasta que la misma cubrió sus cabezas. A los pocos minutos comenzaron a emerger sus cuerpos sin vida.
Trajeron los cadáveres hasta la costa, todos mantenían la misma expresión que tenían antes de ahogarse, los ojos en blanco y la boca abierta.
Luego de dárseles cristiana sepultura se organizó una nueva comisión encabezada por fray Marcos a la iglesia. Esta vez se convocó a todos los varones adultos que fueron armados con azadones y guadañas. Sólo quedaron las mujeres y los niños.
A medida que avanzaban comenzaron a escucharse de nuevo las campanadas provenientes de la profunda espesura del valle. Sonaban con fuerza, desafiantes. Fray Marcos comprendía que el desafío era para él. Lo que estaba allí se burlaba de Dios y él era el encargado de poner las cosas en su lugar.  Aunque iba delante era el que más temor tenía pues, aunque no lo había dicho a nadie, intuía que lo que estaba allá adentro no era humano.
El sonido de las campanadas era cada vez más ensordecedor. A medida que se iban acercando a la iglesia varios parroquianos comenzaron a notar que en esa zona los árboles se hallaban todos resecos y sin hojas, lo que se contradecía con la vegetación exuberante que habían visto antes por el camino. Una densa niebla parecía brotar del suelo. Ninguno de los corazones de los parroquianos latía con tranquilidad. Cada seis pasos fray Marcos besaba la gran cruz de madera con la que encabezaba la procesión.
Ya de noche llegaron a la iglesia. Luego de pedir silencio el fraile gritó con fuerza:
–Ordeno a aquel que ha osado no respetar la morada de nuestro altísimo señor que deje de hacer sonar las campanas y abandone ese recinto sagrado de inmediato.
Las campanadas cesaron. Fray Marcos sabía que con ese silencio la batalla no había terminado, sino que recién empezaba; era el único que todavía no había encendido su antorcha; dio cinco pasos al frente de la muchedumbre que comenzaba a murmurar.
–¡Estamos esperando que salga!– gritó.
Nadie salía. Todos empezaban a impacientarse. Una voz desde el fondo exclamó:
–¡Maldito hereje! ¡Ya te has burlado demasiado de nosotros! ¡Prepárate a morir!
Cuando la turba comenzó a avanzar un objeto redondo fue arrojado desde el campanario y cayó a sus pies. Al levantarlo horrorizados descubrieron que se trataba de la cabeza del difunto Fray Bartolomé.
Por más que quiso el padre Marcos ya no pudo detenerlos. Aunque era un acto de barbarie lo que presenciaban sus ojos, en su fuero íntimo estaba de acuerdo con lo que iban a hacer. Las piedras comenzaron a llover sobre las paredes y las ventanas de la vieja iglesia. Prendieron fuego alrededor del edificio e incluso arrojaron antorchas dentro de él. La muchedumbre victoriosa clavaba su mirada en la puerta del frente de la iglesia esperando que saliera aquel ser que, sin que lo hubieran visto, se había ganado el odio de todos. Fray Marcos temía, pues intuía que lo que iba a salir no tendría la apariencia que todos esperaban. Aferrado a su cruz con desesperación le pedía a Dios que se apiadara de todas sus almas. Entonces la puerta se abrió.
A la mañana del día siguiente el cielo se hallaba cubierto de negros nubarrones que preludiaban una tormenta que no tardó en llegar. Las mujeres de Villa Carmen vieron acercarse al pueblo una columna de antorchas. Felices y a la vez intrigadas por saber lo que había ocurrido en el valle salieron corriendo con sus hijos en andas para recibir a los varones. A medida que se acercaban pudieron reconocer al que iba delante de ellos por la toga y la cruz que llevaba entre los brazos. Triste fue su sorpresa al descubrir que todos, incluso Fray Marcos, las ignoraban por completo y, sin detenerse ni contestarles, continuaban caminando, con los ojos en blanco y la boca abierta, en dirección al río. Junto al llanto y los gritos de desesperación de las mujeres se mezclaron las infernales campanadas provenientes del corazón del valle.

Marcos Rodrigo Ramos -Argentino-
Publicado en Suplemento de Realidades y Ficciones 55

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