jueves, 29 de noviembre de 2012

EL LAZARILLO DE TORMES Y JOSÉ MARÍA BLANCO WHITE


"“Escribir es defender la soledad en que se está”
María Zambrano

No es casual que la novela picaresca haya tenido su origen en España. Y quizás su mayor dimensión la
podamos contemplar en la propia realidad que vivimos en el siglo XXI. A nuestro derredor se explica ese contumaz sentido de la pillería, como define el diccionario de la Real Academia de la Lengua -RAE-, en su primera acepción, "Bajo, ruin, doloso, falto de honra y vergüenza". Efectivamente todas esas denominaciones son comprensibles y asignables a un incontable número de fraudes sociales y económicos que parecen retrotraernos a aquellos tiempos en los que el género hispánico ofrecía el contrapunto social al Renacimiento y el literario a las novelas de caballerías y pastoriles. La cruda
realidad infligía una mayor lesión a las relaciones sociales estableciendo el doloso y miserable estado de los siervos y el pedigrí de la nobleza. ¿Acaso no atienden al contexto contemporáneo esta simplificación de términos?
No es extraño que los antihéroes poblaran las páginas de los creadores anónimos como en "El lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades". La novela extraía la visión pancista de una parte de la sociedad que desde sus ropajes de rancio abolengo practicaba la denostación de la otra compuesta por desheredados, conversos y míseros hidalgos.
Mientras allende las fronteras del "Imperio donde no se ponía el sol" los ducados abastecían el afán de poder, tras los Pirineos la sociedad sufría de inanición. Salvo para recibir el mandato espiritual que en boca de uno de los personajes marginales de la inmortal novela señala: "Todos eran clérigos, frailes, monjas o ladrones, pero que entre todos los mayores bellacos eran los que habían salido de los monasterios mudando la vida especulativa en activa".
Este dramático paralelismo, más que conciliar nuestra inquietud ante el futuro más próximo, la transforma en febril. La torpeza política es magnánima para con sus más enfervorizados protagonistas en cuanto declinar cualquier derrotero que no sea la amarga e inicua austeridad. No me refiero exclusivamente a la económica. La obstinada y perseverante actitud no hace sólo decaer en desgracia el modelo social -próximos a los 6 millones de desempleados-, también el educativo. Releo en estos días "Cartas desde España" del autor sevillano, José María Blanco White.
Ahora que las mantillas parecen retornar como signo evidente de que los nuevos tiempos más que avanzar, retroceden. Y cuando éstas son ornato de cierta clase política en actos oficiales. Quizás no sepan que la peineta que complementa la exquisita prenda femenina, es una ofrenda al atributo masculino. Según describe el escritor jiennense Juan Eslava Galán, en su interesantísima obra "Historia secreta del sexo en España. Pero volviendo al autor hispalense y reconociendo el panorama de frustración que vivimos, nos aboca a elevar la mirada y esperar como en otros tiempos la benevolencia divina: "Cuando el pueblo notó que (…) la enfermedad seguía avanzando a paso rápido, empezó a buscar otro medio más eficaz de conseguir la ayuda de los cielos. Los más ancianos sugirieron que se exhibiera en lo alto de la torre conocida con el nombre de Giralda, el Lignum crucis, es decir, un fragmento de la verdadera cruz, considerado como una de las reliquias más preciadas de la Catedral hispalense. Se acordaban muy bien de que, en cierta ocasión, a la vista de la milagrosa astilla, una espesa nube de langostas que amenazaba asolar los campos vecinos levantó el vuelo y huyó a otro lugar, probablemente a cualquier país pagano. Se creía que el lignum crucis purificaría ahora la atmósfera y acabaría con la infección".
El 3 de marzo de 1810 arribó a la costa inglesa para no regresar. Fue nombrado por la Junta Suprema
"persona non grata". Sus críticas tras el estallido de la Guerra de Independencia le granjeraron la animadversión del poder político. En 1944, otro autor sevillano, el periodista y escritor Manuel Chaves Nogales, fallecía en Londres. Fue perseguido por la Gestapo durante la ocupación francesa, país en el que escribió la obra "A sangrey fuego", memoria de la Guerra Civil Española en primera persona, y que describió a aquél en su caída al más oscuro y lóbrego fascismo.
La literatura no nos reconcilia con el mundo porque su función no es cambiarlo, ni tan siquiera contenerlo en la medida que la palabra es fiel e íntegra a la calidad de sus creadores, no a su pensamiento, con el que podemos estar o no de acuerdo. Lo que es indudable es que si al compromiso literario, en su dimensión social, se une el compromiso humano, la diferencia nos conmueve y habita. Y eso es lo que realmente contribuye a que el vínculo entre creador y lector sea inquebrantable.

Pedro Luis Ibáñez Lérida
Publicado en la revista LetrasTRL 52

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