domingo, 30 de septiembre de 2012

EPÍLOGO


Epílogo de Daniel Battilana para la edición electrónica bilingüe castellano-asturiano del poemario “Del Franelero Popular” de Rolando Revagliatti.

“Ese silencio escrito que es la literatura”

“Hablar es la sustancia de nuestra presencia”

TODOS HEMOS SIDO HOMERIZADOS
Hace mucho tiempo, todo un mes pasó, atormentado por los rendimientos ensayísticos, repletos de hipótesis y cacumen, convenía con RR un epílogo. Me encontraba para entonces revisando la tesis del tiempo como símbolo y sus diferentes fantasías noológicas, el cuerpo y la palabra asociados a una parte que en nosotros envuelve la piel (qué cosa no envuelve la piel) y nos da esa sensación tegumentosa del transcurso; comparaba maliciosamente las leyes de Ur-Nammu, Lipit-Istar y Esnunna, mientras entablaba una discusión con Ananda Kumaraswami  sobre su ensayo “El cuerpo sembrado de ojos” y los  mandalas que Durero  calcaba … Aflojar con estos temas cruciales para el Cono Sur, enfriar todo y al choque de bolas de billar, tal un brindis incansable de taco y paño, volver. Así sabiéndonos ambos tan sensibles a la responsabilidad, te trataré Del franelero como de una pieza.
Del franelero popular no se aproxima ni cubre por sí mismo las posibilidades del corpus que merece ser atendido. Toda la obra de RR está ligada por señales de un lenguaje netamente autotélico (derramar un diccionario es un acto de belleza). Se hará evidente que estas palabras pretenden, también, ser la astucia que antecede a la definición; meditadas para el caso, plantan miradores, pretenden hacer que el otro comparta mirar donde lo hizo uno. Una palabra ajustada e incomprensible a veces suele señalar rumbos de estudios más atinados.
He diseñado para la ocasión cuatro hipótesis disfrazadas de palabra: pregunta, creencia, el cierto y máscara  para poder reunir ciertas notas verificables de la obra de RR. Aunque DFP como parte, es representativa del todo, la cantidad de publicaciones, reediciones y otros formatos elegidos por Rolando movilizan a una comprensión escópica, pues favorecen, por su orden aparente y escrupulosidad, la lectura. Dada la noción que esta lectura de Revagliatti –aquí, lo que se lee es a Revagliatti- fue dejando en mí con el tiempo, quedarme en esta pieza de escritura sería tratar una bagatela del potencial disponible.
En el “Existidor”, enjundioso ensayo de César Fernández Moreno dedicado a algo más que sólo la escritura de Macedonio, se pueden concertar las vocaciones y actitudes de lenguaje que, a reparo de una tímida estética, relacionan los forcejeos gramaticales y especulativos de Revagliatti con los de Macedonio. Disímiles en tópicos, ambos concurren hacia un proyecto ideológico singular –sin metafísica no hay proyecto ideológico-.  Estos quehaceres iniciados por el “viejo”  perpetuaron su referencialidad tanto como su incógnita… ambos escritores parecen droláticos a priori. Luego se aclaró este parnaso de incultura vs cultura  y, despojados de toda metafísica, los antagonistas sembraron de diferenciación y sospecha cualquier intento de cosa popular. Pretenciosos por demás, miniaturizaron de razones y de atajos de clase toda orientación extracanon; así concluye en sumiso prospecto toda seña de vanguardia. Este sesgo tan nuestro es la apoteosis de la imitación. ¿Qué imita? La inercia extranjera del letargo monográfico. Amago este comentario a riesgo de plantear una interpelación que el presente le debe a todas las estéticas y en particular a cada uno de los antecedentes localistas que tientan comparaciones, a mi entender, muy tenues al evocar autores que sabemos de antemano apreciados por Rolando. Ninguno de ellos postula para considerar a Revagliatti, sus poemarios y Del franelero como de epigonales.  Es notable cuán inverificable se torna cualquier conclusión basada en una semejanza.
Trato estas cosas como trato a todo lo heterodoxo, incluyéndome, contento de que exista la multiplicidad con calidad. Todo este excurso se surte de impresiones que al repetirse, avalan esta primera: La escritura permite nombrar lo que no existe, incrusta al ser en esa inexistencia, dejándole el espíritu alfabetizado; al menos por un rato, se creerá bueno.  Con esta otra: Todos hemos sido homerizados en el deseo de ser escuchados.

Próximo a la mesa, un plato con galitos de ananá y Dinah Washington coquetea con Bill Evans. Llueve, el vasto suicidio de los caracoles babea la pared, parecen hilos de otra lluvia más serena, hilvano, con esta dificultad que antecede, un baremo de impresiones; usamos sin modo ni asco palabras incansables, todas lo son, se desamoran de quien no significa, las toco a todas, nada avergüenza el método para el cual han sido escogidas y todo arde de entusiasmo en los que ignoramos la liturgia cool de escribir descafeinadamente.
Todo lo que estantea en mi biblioteca que sea de Revagliatti, lo he leído… está leído.
El primer ejercicio, antes del acto objetivante de escribir, es repasar la modernidad, lo más lúcido que me aparece es el poeta Marcial… mi escritor por antonomasia;  un desvergonzado metaforizando sin decoro sus relaciones y vínculos con crudeza. ¿Por qué lo cito? Es que no he leído lo suficiente de lo que ofrece la “literatura pura” y su correlato nativo; porque tiene vitamina C y E, C de contundencia y E de elocuencia. Actuales, sin mucho acomodo, pueden ser también, Estacio, Aulio Gelio, Canio Rufo, Donato, Victorino, Marso. Hay rumores argentinos de una modernidad ¿más lograda que esta? Vulgaridad con mayúscula; inteligencia para informar con desparpajo la ruina social y la miseria de todos los tiempos. Romper con todo ¿es hacerlo bien? El desenfado encuentra al lenguaje con lo real del sermo, a la vulgata le debemos el vigor y la sobrevivencia histórica del arte de escribir.  Sucedáneos sencillos, nosotros horrorizados frente al pasado. Lo difícil se cuela entre lo fácil para que no nos engañemos.  Ahora suena Korngold con “The sea Hawk” y “Captain blood”.
Me convienen estas frases y les agradezco: “man lernt nichts wen man Ihn liest, aber man wird etwas” es de Don Goethe (por Winkelman); “Perdemos el gusto, pero adquirimos el conocimiento.” (Voltaire); otra desigual es de un poema azteca donde un guerrero dice “por qué han de perecer los hombres -que por ti- gritan, gritan a la verdad queriéndola despertar”.  Me acompaña el temor de estas posibilidades: convertirme en lo que leo y que lo que leo se parezca cada vez más a lo que veo… Entonces, los que no leen ¿se parecen a lo que ven?

LO LEÍDO HA SIDO POR FIN SUBJETIVADO
Viendo el uso dialéctico que la psicología antepone al acto explicativo, comprendo el rol absoluto que las representaciones autosemánticas tienen en la escritura de Revagliatti. De lo contrario me quedo con el pintoresquismo eufórico de un rato.
Acometo Del franelero popular, una lógica sin intimidad con otra zona de juicio con moralina; detrás de toda gran frase se esconde una mejor… ¿Escuchaste, lector, el segundo en el cual RR, agotado su gárrulo contra nosotros tal un sacerdote “cachador”, te sacude con guasa y despección su mundo contaminado de sensorialidad? Te saca del dogma al que te apegas con resonancias pasadas, porque este poeta ancla sus significancias en el pasado del descontento. Para materializar la resignificación, la mejora quirúrgica de frases que se sospechan ya inútiles, ya minusválidas. Sólo donde el universal ha dejado de ser folklore, Rolando las reescribe las más de las veces unívocamente; otras, inmejorables.

Suena Dinah Washington, me avisa con “trouble in mind” la hora del fósforo con el espiral, los mosquitos se aíslan, flotan estrategas de mi sangre, Kant contrapone el hambre del mosquito diciendo que no puede ser, a la vez, virtud y derecho o también mosquito y hambre. Según obre, en las fases de cada situación, lo percibimos uno u otro; Aquino, de acuerdo a la solución escolástica, divide la virtud moral del hambriento mosquito en esperanza, temple y fortaleza (es lo que lo hace volar en realidad), justicia es sólo el grado de no dejarse picar. Aristóteles le confiesa a Alejandro, un discípulo más que tuvo, su temor a ser picado por el valor del mosquito (léanlo otra vez y verán que no exagero), dejando reservado el acto final de donarle sangre al insecto, a la justicia especial que dividía (quién no se acuerda) en distributiva y conmutativa. Para rascarme lo oculto, prefiero a Lock cuando dice que percibimos la cosa recién que otras pequeñas se juntan para recubrir su esencia de sustancia. No flít, fly.

DEL RIÑÓN ANALÓGICO
Toca el vamos de la idea que fructifica permanente de cara a un lector profanado por el calibre de la ocurrencia. Ingenio era, más ingenio lastimado.
Distintos urgentes: la pregunta como estamento analógico aparece al ojo infecundo como extravagante… Error. No, así no es. (Qué alivio es abandonar la tiranía de lo simple.) Decir así no se hace y respirar aliados de la melancolía; el cierto y la pregunta que tan bien se textacogen para el franelero. ¿Cuándo una pregunta es analógica? Sólo cuando es el objeto mismo el que la formula y la respuesta semeja una propiedad cuyo rasgo es detener el flujo inquisitorio y crear un bienestar en la mismísima impureza que delata, es una mayéutica que tiñe al lector con sabiduría mundana y propia, anulando su esperanza de todo conocimiento egoísta y ajeno.
Zulema, ¿acogiste a Benjamín cuando era libro?
Rolando, ¿te censaste la testa de puro macanudo?
¿Los consejos delirantes, los misterios de tu salud, las cínicas privadas te fomentan?
¿Te das cuenta, Zulema, cuál es su lema?
¿Te hablaron para venir o te callaste?
Acá van los que acaban.
El síntoma de mis montajes apócrifos (bendito artilugio) parodia la morfología inversa de su técnica haciendo aparecer a la pregunta como sujeto lógico y grado del más ajustado absurdo, no es un mero recurso, gravita la estructura mental de una personalidad inconforme y renuente de lo que critica sardónico. No hay facilidad más aparente que esta, el que se ríe también es víctima (al darse cuenta). La razón del ejercicio se agotaría en un novato (¿quedará algún maestro en nociones recónditas?) con sólo querer repetir y repetir preguntas de este tipo. Hecho que lleva al reposo semántico del sinsentido.  Eso no es Revagliatti; con la anuencia de Husserl, este franelero popular es prueba del empirismo como escepticismo. En Versos hasta acá y en Del franelero popular, se hace masivo uso del epigrama, un epigrama acriollado, adulterado por puntuaciones problemáticas que exaltan  y a la vez arman con rigor el error, llegando a tropezar con delicadezas de efecto y de lectura que considero antológicas.
En los verdaderos refranes, que son ahora los que ha escrito Rolando, conmueve el destino de la pregunta.

EL LIBRO, ESE EBRIO DE RUMORES
A falta de palabra para libro, muchas lenguas dicen el lugar para las palabras; en una lengua que prefiero apartar de la consulta, pregunta se dice donde penan las palabras.
Esta insistencia mía con la pregunta es por creerla diseñadora universal del sentido estético y solitario de la poesía revagliana; poética que se desnaturaliza hasta el punto de hacerse diálogo en el otro; así se ha consolidado en Rolando lo que otros autores rozaron no sin preocupación, ungidos en la tontería que disculpa a cualquiera que no quiere adentrarse seriamente en la zona negativa del humor, el homoludens rompe con algunas, sólo algunas premisas de prestigio, conserva las de grupo. Consulto un diccionario de “…” buscando humor y prestigio –aparece como valor potlach que garantiza la proyección- ; para la primera encuentro (as´t cha) de donde te vas y para prestigio-importante (d´ tál na) para que no seas. Qué pobres que somos en esta aldea cuyo diccionario sindicalizó los significados. El franelero no nos engaña, nos vuelve de donde nos fuimos y nos deja ser.
Todo está cautivo de un pacto circunstancial no hay órdago ficcional; Rolando recrea hábitos del habla de los años 40 y 50 que, aunque tardíos para mí, supe estar de niño y como niño dentro de esos estertores sonoros de un argot.  No tengo razones, pienso mal (todo es penuria en mi memoria quieta). La esperanza de poseer un lenguaje nacional ¿funcionó sólo como lengua editorial? La prensa de la prensa ¿mortifica la escritura periférica a los grandes temas con un modelo sitiado por la tradición de lo correcto? La poesía y Del refranero conspiran con alegorías de alegorías… Para la manía de profesionalizar el arte, montaremos un hospital interior que sane, sane, sane al escritor injuriado de garantías de herencias y vernissage, le devuelva la fe en la palabra (aún rota la palabra por la temporalidad, se mantendrá compuesta del imbrico significado…). A tener valor vinimos, también… y hay que escribirlo.

CÁUSTICA DE LOS DÍAS
Me aconsejé para esta parte que suene Rebecca (…un minón inaguantable) o claro, la música de Franz Waxman. Me aconsejé evitar, con amoroso desdén, ejemplificar (me resulta un recurso escolar). ¿Cómo cometer esa facilidad? Incomódese entonces y busque. Uno se pervierte en la brevedad del concepto y place, place, que place.
Un personaje me acompaña siempre que escribo, es un demonio metálico que llamo “el Hemismocario”, se parece a un perro sucio de alegría que me ladra justo, justo que lo voy a hacer bien, un sarnoso que llora si no adjetivo o asevero que camino en mi propio reñidero estético: el adjetivo ¿A la siniestra o a la diestra del padre? Atento al significado, recuerdo que la forma carece de sentido si no guarda secretos.
Se nos ve acomplejados con términos: verdad, real, popular, adjetivo, oscuro, género; el conductismo social emerge en los poetas con paletas “minimalísimas”,  vanguardia es la más ominosa esperanza de uno solo atrincherado contra un pacto de zonceras: La tribu urbana tiene un plan, el de ignorarse publicando.
El cierto de RR tiene por forma la exageración, una membrana locuaz disfraza sus aciertos de obvios. Su foco es tan necesario ahora, pero su preciso acabado lo deja sin continuadores, hacerlo bien es su condena. De fondo me desbarata la fantasía para saxofón, dos cuernos y cuerdas (w 490) de Villa-Lobos. Me desbarata un poco más…
En el discurso revagliano viaja un trío prenatal –es un niño que forcejea con el silencio-,  unido a fuerza de oprobio y desdén, pipetas de desdén. Del franelero  popular tiene algunas insolvencias cuyo descuido lo planifica el oficio. Con otro ejercicio fenomenológico, trato de degustar, prefiero este error pues talla un soberano de ideas donde sobran lectores confundidos con el aspecto popular del ideario revagliano (aspecto muy cultivado en él por él). Un esbozo infeliz pero vital el mío para esta hora tan silenciosa y amistosa de la poesía. El caso es que la poética de Revagliatti (¡sí!, hay poética porque hay recursos propios, descuido y una saturación de “insertos estimables”) cree en las palabras que, si se las deja solas, fecundan ideas. No es un secreto el cómo lo esencial de la vida evoluciona hacia la frase, la palabra nos escucha, habla de nosotros, se acomoda misericordiosa por un tiempo hasta que comprendemos y entendemos por el verbo de la idea. La escritura se deforma en presencia de nosotros, se vale de la plasticidad de los verbos. El verbo es un despavorido sin dueño que trasvasa sentido de lo intelectual a lo popular. Sea una entidad mayoritaria, una colmena, un hormiguero, todo se desplaza de lo falso a lo necesario para vincularse o alimentarse; es intelectualismo el acto de cargar y descargar de la experiencia y de la lógica, la mercancía de esta criba y de esta estiba es el objetivismo, nos ilustra con ilusiones, se oculta en ritos de apariencia para supervivir en forma de oralidad.

EL ESTRO LOCUAZ
Al Hemismocario (el perrito sucio que me da letra) le gusta la música de “The 4 horsemen of the apocalypse”, dirigida por André Previn, un viejo hallazgo ¿Me querrá decir algo el perrito? La perfección y la norma inmovilizan, es la prolijidad lo humano más posible y a ella se adhiere lo posible, se sujetan las repeticiones; cuán valiosas son las repeticiones, la restauración del yo perdido en las fantasías de la comuna. Me fascino repitiéndome, lo que no se repite se propaga. Cuando me repito, me cristalizo, me hago precioso. El vocablo que encuentro para repetir sirve además para intuición: dra´smá. Cuando intuimos, ¿qué repetimos?
El poema en RR es una épica que nace en su niñez, véase para ello todos los poemas que no pudo escribir por ser niño… La infancia es el estado semasiológico ideal, las semblanzas no son expositivas, se vive fuera de la explicación. El grado de la palabra-objeto hace de su escritura algo contingente, pertinaz. Ambos, el poema/ta se mutilan, esto se percibe en la voz de Rolando, que nos hace escuchar claramente la creencia que de su obra tiene. Ravaisson en El hábito disuelve el fondo y cree ver una dialéctica del apego hacia los bordes, tal una cenestesia agónica que mata todo intento de escritura nuclear ¿Quiere alguien ser un escritor nuclear? Creencia aquí no es el cristal ideológico sino la noción más autónoma de una cosa cuya relevancia es la de entablar discusiones sombrías con lo natural, la verdad aparece como un secreto entre cornetas; dos grillos que pretenden los ignore la tarde… escucho su voz (Rolando está leyendo) y no me engaño, es una oración que reclama se reinstaure el malentendido creador, quien le dicta la frase o poema es el vackta protoforme emergiendo en pequeños dilemas cotidianos; él está ligado a esta sonofilia siempre anterior a su escritura, esta cajita vocal de poder, toda garganta es un tobogán anudado al cuello. Rolando es un poeta cuando lee y un actor cuando escribe… y la voz es un mensaje, en este poeta lo encarna… ¡Tiene un mensaje!... Tiene un mensaje lo que no quiere agradar. Un vicio de elocución, artero, que proviene de cuando Rolando lee en público, repite y amplifica sus lecturas, es la perisología, un teatro fónico de énfasis en la dicción.
El Hemismocario quiere que me retire.
- Ya es suficiente Battilana, andate y dejame con Bobby Hackett y Jack Teagarden, vas a terminar como Feijóo, feliz por ilegible o real por irrepetible; soy un demonio femenino, te habito como pecado artificial.
Le contesto que esto es apenas un esbozo, un tributo de lo que puede un dios alienígena en curso, siempre en curso:
-Dame una oportunidad, un amigo es una ¡oportunidad! ¡Una negligencia! No me abandones, voy por el accésit, sóplame algo conmovedor para esos finales que me salen tan bien.
Esta demonio, cerbero de mis diccionarios, que me cacheteaba de niño gritándome metáforas existenciales por urgentes. Parásito ella de mi nombre o fastidio de amor, era entonces que corría y me tiraba debajo de mi sombra; me hacía soñar que masacraba peces hundiéndolos dentro de vasos con aceite de mamá, me atormentaba a palabras y significados; mamá estaba en todas las ventanas del día con vidrios que blindaban a la casa del mundo, sin saberlo, papá sembraba puertas para que me haga triste y aparezca el hombre de mi nombre; el Hemismocario quedó en un frasquito que enterré en el gallinero. Cesar para ser poeta.

PEQUEÑO  ESCOLIASTA ILUSTRADO
Un rumor a poesía suena a frufú: seda, beso de nadie… la mano se cansa en la seda por eso duerme en la carne, los ojos se fatigan en la forma de una lectura que por demasiado ortodoxa nunca será original, la ilusión de este valor es una intuición didáctica.
Qué alivio Rolando que no frecuentes esa salvación: una meta es decirte, Rolando, que a pleno tu poesía está en situación anfibológica total… Así declaro resuelto el cogito que apenumbra la poca comprensión que de tu obra se oía por ahí. Traduzco a Pitio, el emocionado, donde dice: “No vituperes la esperanza que la amistad brinda, esfuérzate en ponerte a su altura”.  Me traduzco cuando digo: “Lo bajo acudirá a ti tantas veces que confundirás lo real con la vida y así parlotearás exagerando de lo que te agita las horas. Otros repetirán tus gestos; inflamados por la elocuencia de lo simple, escribirán versos de los que ni siquiera dudarán los asnos”. De esta caricia emergerá la siderita siempre vulneraria en la sombra.

EL INTUS Y EL EXTRA
Para esta máscara poética ignorada por el escudo social, el vértigo sin la derrota. La máscara poética es una piel ajena y sinérgica para el desahogo que nos torna más posteriores que anteriores a nosotros mismos, hay reclusos de esta pantalla marchita de símbolos… el tiempo fructifica en el estro poético (Vivaldi con su “estro harmónico” hace sonar a la eternidad que concibe meretricia de favores y de muchachas hormonadas de ganas, la espera entre orgasmos es un luto que consuela manoseando a las expósitas sus turgencias. Ellas gritaban: “salvami dei poeti che il culo me lo cura sola”, etc., etc.): finge valores, jerarquías, finge cuerpos; no hay sombras para estos objetos, todas huyen hacia la poesía; en sombras vamos, salvo en el aspecto.
Lo bueno en un poeta es ese estado adánico de vivir eternando la primera vez pudiendo sólo poner por escrito la última, mientras un hacer simultáneo lo condena a la quisicosa de vivir como eterno (el amor es la máscara de la eternidad), con esa fraseología terminal de parecerse a lo que cree o de escucharse alguna vez entre los manes citado.
Qué dicha la mía de mántica inmóvil, poder escribir así tiernamente para un amigo que será otro al cabo de leerme, aunque atrevo antes de perderte que tan estólido no soy al suponer que uno pretende valer más que el lenguaje que usa, que somos grandes para morir y ya es hora de borrar todo de un poemazo.

Daniel Battilana. Haedo 2007

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