miércoles, 7 de marzo de 2012

MEDICINA MODERNA

–Sabes lo que es esto– no era una pregunta.
–Un C. Inconruptorius…– contestó la aprendiz, asombrada.
El Doctor le mostraba un frasquito diminuto, apenas mayor que la uña de su dedo meñique. Dentro una larva semitransparente se agitaba en líquido amniótico. El hombre sonrió bajo el bigote al ver la expresión de su alumna.
–Ah, el elixir de la vida eterna… Solo hay que inyectarlo en vena e irá a parar directamente al corazón. Allí, anida en el ventrículo izquierdo y se alimenta de sangre, en cantidades nunca dañinas para el “hospedador”. Muy al contrario, el organismo parasitario se ocupa de mantener con vida a su fuente de alimento, liberando toxinas que ahuyentan a la propia…
–Muerte– terminó la joven en un susurro. –Doctor, ¿realmente funciona?
El Doctor no le contestó, pero la citó para el día siguiente a la seis de la mañana en la Abadía de Westminster. El cielo era gris como las piedras que construían aquel mausoleo. El carruaje del Doctor llegó chirriando y soltando nubes de vapor pues el endiablado cochero no se había encargado de arreglar el motor.
La recién instalada luz eléctrica iluminaba las dos figuras que conversaban frente a una impresionante tumba coronada por una complicada escultura y una bola del mundo.
–A míster Isaac Newton le encantaba auto-medicarse y fue uno de los pioneros en el uso de nuestra querida amiga. Pero al rey Jorge no le gustaba lo que no podía comprender, así que tomó medidas... Escucha muy atenta, querida: a veces, todavía grita.
Mientras se alejaban en el carruaje a vapor de camino al University College la joven se preguntaba si en aquellos tiempos de modernidad, aquel año 1839 de su joven majestad la reina Victoria, podría volver suceder algo tan terrible. Y preguntándose por qué nadie liberaba a aquel infeliz de su prematuro enterramiento que duraba ya más de un siglo.
Newton, en oscuridad total y completamente loco, suspiró muerto de hambre.

Alejandro Mathé(España)
Publicado en la revista digital Minatura 116

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