sábado, 10 de marzo de 2012

LA INVENTORA

No estaba bien visto que una mujer tuviese ideas propias, y mucho menos de naturaleza fantasiosa, así que Jane se esforzaba solemnemente porque su todopoderosa imaginación no traspasase las murallas de su mente.
Para cuando cumplió los 22 años su genio y creatividad precisaban mayor espacio que su pensamiento, por lo que aprovechó la fortuna que su tía Helga le había dejado tras su muerte para transformar toda su casa en un armazón capaz de ocultar cientos de secretos. Desarrolló sensores mecánicos sensibles al movimiento, capaces de abatir los muros y cambiar la decoración si detectaban la proximidad de visitantes o extraños. Creó sofisticadas trampas funcionales a base de vapor por si alguien conseguía descifrar el laberinto y acercarse demasiado a sus salas de experimentos. Consiguió que los pasillos de la casa se acoplasen y desacoplasen entre sí gracias a complejos engranajes y mecanismos. Incluso logró anexar a los cimientos un sistema hidráulico que la propulsase en los aires en caso de huida, haciendo al edificio volar con la misma precisión que las máquinas de vapor más sofisticadas. Todo esto de muros a dentro, pues nadie se imaginaba ni por asomo lo que se escondía en lo que parecía una mansión señorial que además estaba rodeada por acres y acres de verdes bosques deshabitados.
Tanto trabajó en proteger sus secretos, que cuando se dio cuenta vivía en una inmensa casa con vida propia que no solo impedía la entrada a los visitantes, sino que también le prohibía la salida a su propia dueña.
—Y lo peor de todo —Rió Jane presa de la locura en los instantes previos a morir de inanición— es que creé todos estos escudos antes de inventar nada que mereciera la pena esconder.

Melina Vázquez Delgado(España)
Publicado en la revista digital Minatura 116

No hay comentarios:

Publicar un comentario