sábado, 24 de marzo de 2012

DE ENCUENTROS Y DESENCUENTROS

Tenían lágrimas en los ojos cuando se miraron. Les llegaban
hasta los labios y saborearon ese gusto salobre, como gotas
de mar.
La mirada fue larga, intemporal. La masa humana que los rodeaba,
se había convertido en una pradera deshabitada. Todo
se había borrado a su alrededor. Sin embargo era la esquina
más concurrida de la ciudad.
Ni una palabra esfumaba el encantamiento. Hasta la imagen
de sus propios cuerpos desaparecía por un momento.
Pero lo que se transmitían mutuamente a través de los ojos
humedecidos, eran los recuerdos. Pantallazos fotográficos de
situaciones vividas; sin consignar los tiempos, los lugares, las
distancias.
Caminaban por la avenida en sentido contrario. Una invisible
máquina compactaba los cuerpos que circulaban por allí. Alguien
apretó el botón para detener esa imagen, por un momento.
Fue el que encontraron sus ojos para mirarse, sin palabras,
sin el rumor que los circundaba. En ese preciso instante
sucedió el sortilegio del encuentro.
El mar los acompañaba. Caminaban por la arena, en sentido
contrario, con la magia de borrar las indiscreciones o las indiferencias
del entorno.
Se había detenido la máquina del tiempo. El azar retozaba con
su juego preferido: el hechizo.
En ese lúdico sube y baja, los encuentros y los desencuentros
formaban parte de esa alegre travesura. Solamente las miradas
reflejaban escondidos sentimientos.
Las lenguas del agua fría del mar trataban, mojando los pies
desnudos, de convertir en realidad el encantamiento. Esa fuerza
del recuerdo, necesitaba de algo más potente que esa sensación.
Sucedió en el concurrido bar de la calle 12. Mesas en la calle,
bajo los toldos. Mesas en el interior. No se permite fumar.
Hombres y mujeres, entraban y salían. Camareros que servían
y retiraban los servicios. El agradable olor a café lo inundaba
todo. Rumores, risas suaves o estentóreas, largos parlamentos
de algunos hacia otros que tal vez no escucharan. Una
música muy suave que saltaba de rincón a rincón rogaba ser
recibida.
Unos ojos enviaron sus rayos hacia otros, de una mesa contigua.
Fue entonces cuando el click fotográfico, dio la orden de
detenerlo todo. Ni una risa, ni una palabra, ni un cuerpo. Esfumado
lo material y lo sonoro. Solamente el cruzamiento de las
miradas. De manera silenciosa transmitían a sus mentes antiguos
recuerdos. Retazos descosidos e inconexos de un pasado.
Pero el tiempo existe, es una materia más del Universo. Es
como el devenir susurrante de un río. Es una ola de mar diferente
cada vez que se acerca a la orilla. Otra masa líquida,
otra espuma. Un agujero negro que un día aparece en el cielo.
Una distancia a lo desconocido. Tal vez se parezca a una
calesita, donde, en cada vuelta, un niño diferente esté sentado
en un mismo caballito.
Nada es igual en los encuentros. Todo se ha modificado. Rostros,
ideas, pensamientos, actitudes frente a la vida. Trozos de
historias intercalados. Huellas profundas e imborrables, aunque
confundidas en el recuerdo.
Dolor produce que esos retratos, detenidos por el click, sean
ya viejos en sus posteriores décimas de segundo. Todavía
menos, porque esa es la medida del tiempo humano.
Por eso caen lágrimas desde sus ojos. Los encuentros son
como las redes de los pescadores que, recogidas, traen, cada
vez, distintos incógnitos protagonistas. Nunca totalmente previsibles.
Dos hileras de vagones galopaban ágiles sobre las vías de
hierro del ferrocarril. Uno en busca del Este, otro del Oeste.
Uno quizá hacia la muerte, otro tal vez hacia el sosiego. En
uno todos vestidos de guerra, en el otro de paisanos.
Ambos se detuvieron en el mismo lugar, las ventanillas se
apareaban lentamente. Nuevamente el azar, el poseedor de la
máquina de los instantes, produjo el próximo encuentro.
Sus ojos se reconocieron y nuevamente cayeron lágrimas, no
ya salobres, ahora ácidas.
No hubo tiempo para el click del recuerdo, la foto saldría movida.
Ambos trenes arrancaron a gran velocidad a diferentes
destinos.
Otra vez el azar, jugaba su siniestro juego. Para que nadie
sepa lo que será. Para que el caprichoso y juguetón acaso,
haga de las vidas lo que a él se le antoja.

ALBERTO FERNÁNDEZ-ARGENTINA-

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