jueves, 20 de octubre de 2011

POEMAS

Viejos tiempos

Tantos besos no di que hubiera dado,
transmisores de agónica energía,
tantos que el alma hambrienta me exigía,
muchos que nadie hubiera desdeñado…

Mas no los di, inexperto o apocado.
Tiempos eran de impar galantería,
en que la llama del amor ardía…
como en cualquier período pasado.

Hoy, desde mi horizonte, con tristeza,
al contemplar mi juvenil torpeza,
añoro cada idilio no nacido.

Y me pregunto si, en su hogar distante,
una mujer, que pudo ser mi amante,
me piensa…, mientras duerme su marido.


Libérate, mujer

Mujer dormida en el adiós, despierta,
que amanece en colores no estrenados
nuevo día, y parterres y terrados
brindan fragancias en callada oferta.

Si una parte de ti parece muerta,
argucia es de la mente; si encerrados
en ésta los conceptos, no hay candados
que inquebrantable tornen una puerta.

Prerrogativas firmes son de todos
amor y libertad, en cuantos modos
frente a nosotros puedan emerger.

Libérate, mujer, de tus recelos,
y habla y ama sin freno, que hay anhelos
que a los muertos harían renacer.


Primera noche

Pasos inesperados, en sigilo,
rondan al otro lado de la puerta;
aprendieron mi número, y escuchan.
Han visto el humo de la chimenea,
y saben que el hogar está encendido,
que hay compañía en casa.
La palmera
del jardín, tan inmóvil; y la brisa
dormida en su ramaje.
¿Por qué tiemblas?
Este es mi alcázar. ¿Quién se atrevería
a allanar la morada? La inocencia
parece revestir tu piel de nardo
con túnica de seda.
Nadie podrá rasgarla, si no quieres,
se otorga, no se arranca ni doblega.
¿Tienes frío? Recógete en mi abrazo,
así, tan blandamente. Se me enreda
la mano en tu cabello,
y me pareces cada vez más cerca.
Al roce de los dedos, te percibo
desprovista de huellas.
¿Nadie, acaso, ha rozado
tu carne antes que yo? Pareces hecha
del material etéreo de Afrodita,
de nubes y de niebla.
Pero estás en mi tacto,
muda alondra que vibra y aletea.

Desvanecidos ruidos y prejuicios,
la escena es toda nuestra.
No existe ya la noche,
ni el miedo, ni la espera.
Sólo hay cuatro paredes en el mundo,
y una luz melancólica y discreta.


Por la acera

Desde el Café, la vida es diferente,
o lo parece, al menos. La ventana
la describe al detalle, esta mañana
de sol y languidez, en que la gente

deambula por la acera, indiferente,
mientras las horas desidiosa hilvana,
del brazo del hastío, en cotidiana
banal ociosidad, sin incidente.

Arte de no hacer nada, y con alarde.
¿Qué fuego al centro de esas gentes arde,
moviendo qué motor de qué existencia?

Las veo caminar, almas de trapo,
y hacia mi propia intimidad escapo,
lejos de tan trivial, hueca apariencia.

FRANCISCO ÁLVAREZ HIDALGO-Los Angeles-

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