miércoles, 19 de octubre de 2011

POEMAS

Les converso

Me acompaña gentil cada poema
parido por mi propia mente y mano,
en las tórridas tardes de verano,
cuando en las calles hasta el aire quema.

Y en las noches de invierno, con su extrema
quietud de fría soledad, desgrano
mi rosario de estrofas, y me afano
en derramarme en ellas. Sólo un tema

se repite en mis labios, incesante:
La voluptuosidad de cada amante,
y en el fracaso, su desesperanza.

Me entienden mis poemas. Les converso
de cuanto llevo dentro, y cada verso,
leal pincel, retrata mi semblanza.


Desbocado corcel

No entienden de equilibrio los amores,
sólo de desnivel, de asimetría.
Tras preámbulo de alas y armonía,
los amantes devienen gladiadores.

Aunque la noche acalle los clamores
del yo y el mi avanzando su porfía,
bucear la adyacente anatomía
tregua será, no paz entre agresores.

El más profundo amor, a veces tiene,
frente a sí, pedernal que no se aviene
a generar la chispa requerida.

Y surge así el caballo desbocado,
en fuga ineludible, viendo al lado
severidad de fusta, freno y brida.


Esta mujer va sola

Esta mujer va sola. Se le cruzan
gentes desocupadas en la calle,
mas no las ve. Su ritmo es diligente,
más allá de la espera y el instante.
Va encorvada. Sus hombros sobrellevan
vidas ajenas que la propia abaten.
Podría el pueblo estar deshabitado,
ya que ni busca ni detecta a nadie.
Sombras son, sólo sombras,
que no obstruyen su marcha. Sombras y aire.

Ha amado mucho esta mujer. Ha sido
ánfora derramándose
hasta quedar vacía de sí misma,
con sólo huellas en la propia carne.

Ya no se hace preguntas,
ni busca un hombre, ni halla relevantes
palabras que otro tiempo la encendían.
Ha asistido a sus propios funerales
tantas veces, tras ásperas derrotas,
la piel helada, el corazón sangrante,
que tal vez se ha vestido una coraza,
se ha vendado los ojos, y no sabe
qué objetivo o propósito
tiene la vida.
El día se deshace,
rompiéndose la luz en el ocaso.
Ella sigue a su ritmo.
Bajo el sauce
dos jóvenes se besan, sobre el césped,
en las últimas luces de la tarde,
estallido sensual de primavera
entre brazos y muslos cimbreantes.
Casi los mira, pero rectifica.
No quiere verse años atrás, y errante
prosigue su camino,
con cierta prisa, y gesto imperturbable.
Cada pisada es un reloj quebrado,
deshojado almanaque;
va demoliendo el tiempo con la espera
de que el tiempo, a su paso, no le alcance.
No quiere el martilleo de los años
resonando en su oído, con su alarde
de malsanos recuerdos
que se resisten a vaporizarse.
Quiere borrarlo todo,
como nacida ayer. Hasta el paisaje
tiene esa propiedad de vez primera,
pero ni lo contempla ni le atañe.

Prosigue en soledad, aunque entre tantos,
filtrando su pasado, trashumante.


Exhumación

A pesar de los años y el olvido,
un día el hombre mira atrás, y exhuma,
de su necrópolis envuelta en bruma,
los restos de un amor desatendido.

Los va recomponiendo, sostenido
por la intriga de un algo que rezuma
misterios y sorpresas, y perfuma
su entorno con aromas de libido.

No logrará restauración completa;
mas llegará a atisbar la silueta
de la mujer perdida en el ayer

por su propio descuido o por su huída.
Sólo imaginará cómo su vida
pudo haber sido y nunca llegó a ser.

FRANCISCO ÁLVAREZ HIDALGO-Los Angeles-

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